jueves, 30 de junio de 2011

Rasputín y los Romanov 7º Parte








Rasputín en su aldea natal en 1910




Avisos y antipatías:




Un mes de marzo, la zarina comenta a Rasputín que Rodzianko había pedido audiencia al zar, sin duda para acusar a Rasputín e intentar distanciarles. Tenía razón. Rodzianko presentó al zar el antiguo informe de Stolypin y pidió permiso para investigar la vida de Rasputín.






El zar, que siempre quería caer bien a la gente, dio su permiso. Cuando, unos meses más tarde, Rodzianko solicitó otra entrevista, el secretario del zar le pidió que entregara su informe por escrito. Sabía lo que esto significaba. Rasputín y la zarina habían triunfado nuevamente, el zar se cerró en banda a más rumores externos, de momento.

Rodzianko no se dio por derrotado y pidió al primer ministro Kokovtsov, junto con la Emperatriz María, que éste hablara con el zar, que difícilmente podía negarle una audiencia. De nuevo, el zar se mostró colaborador y cortés. Insinuó que sabía todo sobre el libertinaje de Rasputín pero que éste no hacía ningún daño a nadie. Acabó por indicar que Kokovtsov hablara cara a cara con Rasputín.

Rasputín se asombró al recibir una orden de presentarse en casa de Kokovtsov y más aún cuando lo escoltaron a su estudio privado. Kokovtsov era un hombrecillo pulcro, de modales secos.
Rasputín se divirtió al ver que el primer ministro, como tantos otros, evitaba deliberadamente su mirada; era evidente que lo habían advertido sobre el poder hipnótico de Rasputín.
Cual un maestro abochornado, Kokovtsov explicó que la presencia de Rasputín en San Petersburgo causaba problemas para todos. La prensa liberal lo utilizaba como excusa para atacar la política del zar y las historias de su libertinaje eran embarazosas para la Iglesia.

Rasputín escuchó y experimentó una irónica simpatía hacia el primer ministro; cuando uno apelaba a su amabilidad, normalmente tenía éxito.

Lo interrumpió finalmente.

- Por favor, no diga más. Me marcharé de San Petersburgo.

Kokovtsov lo miró fijamente, sin poder creer lo que estaba oyendo.


- ¿Lo hará?


- Se lo prometo... deme dos semanas... Pero, antes de irme, hay algo que quisiera decirle.


- ¿Qué?


Kokovtsov lo miró a los ojos y apartó rápidamente la mirada. Rasputín tuvo que aguantarse una ligera sonrisa.


- Usted dice que el país peligra. Creo que no se da cuenta de cuán mala es la situación. Soy un campesino y entiendo el ánimo de la gente. ¿Se ha detenido a pensar que las revoluciones no se hacen realmente por ideas políticas? Se hacen generalmente por comida. Debe haberse percatado de que la mayor parte de la inquietud política de los últimos cincuenta años se ha dado cuando Rusia estaba en guerra. Eso es porque la gente está hambrienta y, cuando está hambrienta, se enfurece. Le diré otra cosa que va mal en el país... los ferrocarriles. ¿Se da usted cuenta de que, si Rusia entra en una guerra, nuestra principal debilidad se encuentra en el sistema ferroviario? ¿Cómo transportar alimentos y tropas con un sistema ferroviario ineficaz?


Kokovtsov contestó:


- Esperamos que no haya guerra. -Yo también. Le diré algo en confianza. Hace dos años, cuando la Duma hablaba de hacerle la guerra a Austria, el zar me pidió consejo. Le dije que una guerra significaría el fin de Rusia. Tal vez me equivoco, pero creo que mis palabras le hicieron pensar. No sé mucho de política pero sé lo suficiente para saber que los alemanes y los austríacos creen que no nos atreveríamos nunca a luchar. Entonces, ¿qué cree usted que ocurrirá la próxima vez que la Duma sufra un acceso de patriotismo y el káiser crea que los diputados no se atreverán a oponerse a él? -Sí, sí, tiene razón. Me... bueno, me temo que espero la llegada de otra persona ahora.

Cuando Rasputín fue, Kokovtsov escribió en su diario "Rasputín es uno de los hombres más repulsivos que he conocido. Estuvo todo el tiempo con sus repugnantes ojillos pegados en mi persona, tratando de hipnotizarme. Dijo también muchas tonterías acerca de la guerra."






Rasputín volvió a su a casa, encontró a Ana Vyrubov y a Munia Golovina allí.

Les contó lo ocurrido con el primer ministro:

- Acabo de salir de casa de Kokovtsov, -ellas se rieron, creyendo que bromeaba-. Lo digo de verdad.

- ¿Lo desterró? -preguntó Munia, riéndose. (No podían imaginar que en poco tiempo el destierro sí sería real, aunque temporal gracias a la Zarina)

No. Pero acordé desterrarme a mí mismo.

- ¿Lo dice en serio? -inquirió Ana Vyrubov.

- Me iré a Siberia en dos semanas, cuando el emperador vaya a Crimea.

- ¿Por qué no viene a Crimea? -el rostro de Ana se iluminó.

- Porque no me han invitado.

- No quiero decir que vaya con la familia real. Pero conozco una casita muy agradable en Livadia; la alquilaré para usted. Y estará cerca, en caso de que queramos verle...

Rasputín se dejó convencer; la idea de pasar un verano tranquilo en Crimea le pareció estupenda. Unos días más tarde, Ana le llamó por teléfono.

- Ya alquilé la casa. Así que más vale que vaya a Crimea con nosotros.

No tiene sentido que viaje en otro tren.

- ¿Lo sabe el emperador?

- No, pero no le importará.

Ana Vyrubov estaba muy equivocada, en bastantes ocasiones muestra Nicolás abiertamente su antipatía contra el campesino, y en está ocasión se engrosará la lista de ofensas para el Zar.

El día en que salieron rumbo a Crimea, Nicolás se encontraba de muy mal humor y la perspectiva de un viaje largo y caluroso en el tren lo irritaba aún más. Paró a un camarero que pasaba frente a la puerta y le dijo:

- Tráeme una caja de fósforos. - Entonces notó la botella de vino dulce georgiano en la bandeja-. ¿Dónde llevas eso?

- Se lo llevo al staretz... (Así llamaban a Rasputín y que venía a significar hombre Santo)

Ana palideció y estaba tratando de hacer señas al camarero, que parecía perplejo.

- ¿El staretz? ¿Cuál staretz? -Se volvió hacia la emperatriz-. ¿Sabes algo de esto?

La zarina se puso muy colorada y no sabía dónde mirar.

- No.

- Le sugerí que viajara con nosotros... alquiló una casa en Livadia... -explicó Ana.

El zar se volvió hacia el camarero.


- Pídele, por favor, al staretz, que me haga el favor de bajar en la próxima estación.-


Cuando Rasputín se bajó del tren, el Zar se volvió hacia Ana-. Y tú, ¿podrías hacerme el favor de no invitar a nadie al tren sin mi permiso?

Volvió la vista al periódico inglés que estaba leyendo. Ana y la zarina se miraron de soslayo. Las dos no podían estar más rojas y abochornadas.

En Crimea, el mal humor del zar se evaporó gradualmente, pero, cuando vio que la zarina escribía una carta a Rasputín, le dijo con frialdad:

- Me gustaría que la hicieras corta. Mi ministro del Interior sigue tratando de recuperar las cartas robadas por ese Iliodor. Cosas como ésta causan muchísimo embarazo... 



Ni él ni la zarina sabían que ya se habían recuperado y que se hallaban en posesión de la madre de Nicolás, la emperatriz viuda. Gracias a las cuales, darán apoyo para desterrar a Rasputín o, al menos, intentarlo como leímos en el capítulo de la semana anterior.




La familia imperial



Comienzo de la caída y escándalos:





Cuando la Zarina se entera del destierro por la carta de Rasputín monta en cólera y manda hacerlo volver de inmediato, el resultado es la caída tanto de Kokovtsov como de Stolpyn.

Para la Emperatriz, Grigori es fundamental para su existencia y necesita como el respirar que el campesino se encuentre cerca suya para guiarla espiritualmente y curar al pequeño Alexei siempre que lo necesite, en una de sus cartas a Rasputín, Alejandra relata:

Estoy tranquila y en paz con mi alma, puedo descansar sólo cuando tú, maestro, estás sentado a mi lado y beso tus manos y apoyo mi cabeza en tus benditos hombres. ¡Oh, qué fácil me resulta todo entonces!


Todo este agradecimiento y paz se debe a la sencilla razón de que cada vez que Alexei tiene fiebre y está gravemente enfermo por alguna caída o arañazo, Rasputín ya sea rezando en su cuarto o de "forma telepática" a distancia, consigue milagrosamente que al día siguiente el pequeño mejore, la hemorragia cese y la fiebre desaparezca.




Son conocidas por muchos, las prácticas a las que Rasputín está acostumbrado para purificar a sus seguidoras, a esto se le suma los rumores mencionados anteriormente sobre las Grandes Duquesas, y además hay acusaciones directas contra el monje de violación a una joven en los baños. La Zarina por supuesto, no cree nada, pero lo cierto es que Nicolás comienza a estar harto de que día tras día su gente cercana no paren de advertirle sobre Rasputín.








Continuará...





Bibliografía:



Santos Bosch: Rasputín
Ediciones G.P. Barcelona 1936.


Colin Wilson: El mago de Siberia.
Editorial Planeta, S.A... 1990.


Imágenes procedentes de: wikipedia.org


jueves, 23 de junio de 2011

Rasputín y los Romanov 6º Parte












Anna Vyrubov, Rasputín y otra dama, posiblemente Olga Lojtin





Destierros:



Comentaré los destierros que hubo después de la conversación de la Emperatriz María con Kokovtsov. Primero contaré lo que sucedió con Rasputín y después diferentes versiones de lo que ocurrió con sus antiguos "amigos" que le ayudaron a acercarse a la familia imperial en sus inicios (hablamos de Hermógenes e Iliodor).

Al día siguiente, por la mañana, Rasputín recibió una llamada telefónica en la que se le solicitaba que fuese al despacho de Stolpyn (aquel que había ayudado antaño). Por el tono de voz del secretario, era obvio que no se trataba de una invitación amistosa.

Rasputín fue al edificio de gobierno. El mismo secretario que conoció cinco años antes le hizo entrar en el despacho del primer ministro. Stolpyn con un tono oficial y cortante, dijo:

- No le pediré que se siente. No tardaré ni un minuto. Tengo aquí... -dio un golpecito a un papel que se encontraba sobre su escritorio-, un informe de Lukianov, procurador del Santo Sínodo, que prueba, más allá de cualquier duda, que es usted miembro de los khlysty.

- Eso no es cierto, -contestó quedamente Rasputín.

- ¿Niega usted, pues, haber tenido contacto con los khlysty?

- Claro que no. Durante mis viajes, he tenido contacto con la mayoría de las sectas rusas. Pero no soy miembro de ellas.

A Stolpyn, los ojos de Rasputín no le gustaron, se sentía más bien incomodo. Recordó los relatos que había oído sobre el poder hipnótico de Rasputín, olvidando que él mismo los había iniciado, y decidió poner fin a la entrevista.

- Las pruebas que tengo aquí me permitirían procesarlo por pertenecer a una secta prohibida. Pero prefiero evitar el escándalo. Espero que se haya usted marchado de San Petersburgo mañana y que se mantenga alejado al menos seis meses. Si regresa antes, lo haré arrestar, - dijo con voz fría, jugueteando con un sello de goma para evitar la mirada de Rasputín-.

- Ahora, lárguese. Y no se moleste en ir a lloriquearle al emperador. Ya tiene conocimiento de esto.



Esto no era cierto, la familia imperial, con excepción de la madre de Nicolás, no sabían de la orden de destierro. Rasputín se enteró con detalles de la conversación mantenida por la Emperatriz María y el Primer Ministro y pensó que Kokovtsov fue el responsable y se lo comunicó por carta a la Zarina, aunque lo cierto es que fue Stolpyn el que tramó y comunicó el destierro, harto de las influencias de Rasputín en los zares y los espeluznantes rumores que circulaban acerca de las Grandes Duquesas.


Rasputín se encontraba desconcertado. Su mujer le había escrito desde Pokrovskoé, hablándole de unos misteriosos inquisidores que habían preguntado sobre las creencias religiosas de su esposo.
También se lo había mencionado su antiguo discípulo, el monje Bernabé que, gracias a la influencia de Rasputín, era el nuevo obispo de Tobolsk. Y su padre, que había venido a verle en San Petersburgo, le habló de unos comentarios hostiles que hizo su antiguo enemigo, el padre Piotr, en el curso de un sermón, en el que mencionó los falsos profetas cuya caída sería tan espectacular como su ascenso.


Si realmente Nicolás se había vuelto contra él, no tenía a quién solicitar su regreso. Pero esto no le preocupaba en demasía. Con el paso de los años, su respeto por el monarca había ido disminuyendo constantemente y, una vez, le dijo a Simanovich que el zar era "un hombre vacío", Anna Vyrubov le había comentado que aunque normalmente el Zar era pacífico, podía transformarse en un monstruo cruel.

Además, Rasputín decía que estaba harto de San Petersburgo. Hacía tiempo ya que anhelaba la vida al aire libre, en los caminos, las veladas tranquilas en las habitaciones de invitados en monasterios o en las cocinas de los campesinos como en sus inicios (o eso contó a su hija María).


Así que, ahora que había llegado el momento, Rasputín se sentía alegre y aliviado. Escribió una carta a la zarina, explicándole lo ocurrido. Hizo arreglos para que María y Varvara se quedaran en Kíev, en casa de los Katkoff. Después, con unos pocos enseres personales guardados en un costal, emprendió un peregrinaje a Tierra Santa. La zarina estaba deshecha en lágrimas. Nunca se había tambaleado su confianza en Rasputín.

Vio en este destierro un ataque a su persona, un intento por minar su seguridad. ¿Qué ocurriría si el zarévich se caía y se hería mientras Rasputín se hallaba fuera? Escribió a Rasputín una larga y desolada carta, que éste recibió al llegar a Kíev. Contestó inmediatamente, diciéndole que no se preocupara, que estaba seguro de que el chico seguiría sano. Prometió también escribirle desde todos los monasterios que encontrara en el camino. Mantuvo su promesa. Unas semanas más tarde, la zarina recibió una carta de Estambul:

"¿Cómo narrarle la gran calma? Tan pronto como salí de Odessa en el mar Negro, hubo calma en el mar y mi alma se fundió con el mar y durmió tranquila.
Como el mar apacible, así el poder ilimitado del alma..."

Rasputín le comunicó que recuperado su paz interior y sus palabras, garabateadas en pedazos de papel con su letra de analfabeto, dieron a la zarina una confianza serena y total. Cuatro meses más tarde, cuando Rasputín regresó de Tierra Santa a Pokrovskoé, la propia zarina reconoció que tal vez no fuese acertado que regresara a San Petersburgo. Pero le escribía casi a diario, cartas largas e íntimas que contenían frases como:

"Beso sus benditas manos" y "Le amaré para siempre".

Un policía que logró leer una de las cartas informó que todo parecía indicar que Rasputín era el amante de la zarina.

El resultado fue que cuando Nicolás se enteró del destierro de Rasputín por la carta de éste a la Zarina, despidió a Kokovtsov pensado que éste era el responsable. Muchos dicen que fue una venganza de Rasputín por la conversación que tuvieron María y el Primer Ministro.

A partir de esto si la influencia anterior era grande, dando cargos religiosos a los amigos más cercanos, Rasputín podía proporcionar ahora cargos públicos a sus familiares, amigos y seguidores, lo que alarmó a muchos.













El monasterio de Cronstadt contra Rasputín:





Los monjes que antaño habían confiado y admirado a Rasputín, ahora le odiaban y le veían como una amenaza, llegó un punto en el que hartos, le mandaron una citación, Rasputín acudió.

En el momento en que entró en la estancia, Rasputín se dio cuenta de que lo iban a juzgar. Hermógenes estaba sentado detrás de una gran mesa de caoba. Iliodor, cerca de la ventana. Estaban también presentes Mitia Koliabin, el "profeta idiota" que fue una vez el asesor preferido de la zarina, y dos fornidos cosacos para mantener el orden en caso de "altercados". El obispo, un hombre corpulento cuyo peso había aumentado considerablemente desde que Rasputín lo vio por primera vez, se levantó y miró al campesino de frente.

- Grígori Efimovich, te he pedido que vinieras aquí para responder a unas graves acusaciones.

Leyó entonces un documento muy similar al que Lukianov había entregado a Stolpyn (éste pocos días después desterraría a Rasputín como comenté más arriba). En él se acusaba a Rasputín de ser miembro de los khlysty, de "corromper y contaminar" a varias mujeres, incluyendo a Elena Katkoff, Sofía Dobrovolski y Olga Lojtin. Rasputín escuchó en silencio como si no estuvieran hablando de él.
Las acusaciones le parecieron absurdas. Al terminar, Hermógenes le preguntó:

- ¿Es cierto todo esto?

Rasputín contestó contundente.

- Algo de ello, sí... tal vez una cuarta parte. La mayoría consiste en exageraciones y mentiras.

Hermógenes se puso rojo de ira y tuvo dificultades para hablar.

-Aunque sólo una cuarta parte sea cierta... es usted una deshonra y una desilusión.

Grigori se enfadó.

- Discúlpeme, eminencia, pero podría ser un error escuchar las mentiras de gente que es demasiado cobarde para enfrentarse directamente conmigo.

Iliodor gritó, furioso:

-Me estoy enfrentando a ti.

- En ese caso, tal vez podrías decirme por qué te has molestado en inventar todas estas tonterías. -¡Acabas de reconocer que no son tonterías! - Rasputín estaba indignado.


Hasta entonces, se había defendido con competencia. Ahora, deseaba decirle a Hermógenes que Iliodor era un mojigato y un fanático, que supuestamente había agredido a Olga Lojtin (también escrito) Loktin tiempo atrás porque está se le había declarado y que sus acusaciones se basaban en la envidia (por todas las seguidoras, fama e influencias que poseía); pero le faltaba habilidad para expresar todo aquello en palabras.

La entrevista se convirtió en una competición de gritos.

Hermógenes vociferó:

- ¡Callaos! 

Rasputín le gritó a su vez:

- Merezco que se me escuche.

Al oír eso, Mitia Koliabin se abalanzó sobre él y lo golpeó con los muñones de sus brazos. Los dos cosacos se lo quitaron de encima.

Hermógenes dejó su lugar detrás de la mesa y rugió:


- ¡Por el poder que me ha conferido la Santa Iglesia, te declaro excomulgado!

Rasputín le contestó a plena voz:

- ¡Cállate, viejo imbécil! Guarda tus estúpidas maldiciones para ti.

Mitia Koliabin se liberó y atacó a Rasputín a puntapiés, gorjeando incomprensiblemente. Rugiendo iracundo, Rasputín le golpeó con ambas manos. Koliabin cayó de espaldas, sobre el obispo que, a su vez, cayó sobre la mesa. Iliodor, al sospechar que sería el siguiente, se escondió detrás de las cortinas. Los dos cosacos intentaron agarrar a Rasputín que, creyendo que todos en la sala estaban a punto de atacarlo, cogió un pesado crucifijo en un rincón y lo blandió por encima de la cabeza como su fuera una espada. Todos respiraban pesadamente. Entonces, al ver que nadie intentaba atacarlo Rasputín gritó:

- Si me amenazáis, yo os amenazaré.

No era una despedida muy impresionante, pero funcionó y lo cierto es que ninguno de los asistentes tenía idea de lo que se les venía encima. 

Abrió la puerta de golpe y sintió un sombrío regocijo cuando el padre Sergio cayó desplomado dentro de la habitación.

A la hora del té, esa tarde, Rasputín llegó al palacio de Invierno.

- ¡Dios mío, Grigori! ¿Has estado en una pelea?- exclamó Alejandra.

Un ojo de Rasputín se estaba hinchando y había desaparecido un mechón de su barba.
La zarina se levantó de un salto y gritó:

- ¿Qué ha ocurrido?

Tranquila y sosegadamente, pues había tenido tiempo de pensar con claridad, Rasputín les contó lo sucedido. El asunto de Olga Lojtin era un punto de partida perfecto y, al relatarlo, vio que ellos lo malinterpretaban, que creían que Iliodor había atacado sexualmente a la señora Lojtin (cuando prácticamente fue al contrario y recordemos como trató Rasputín a madre de familia en sus inicios).

La zarina no dejaba de interrumpirle y luego se deshizo en lágrimas. Cuando hubo terminado, el zar señaló:

- Mmmm. Bueno, hasta donde puedo ver, este Iliodor parece ser la causa del problema...

La zarina lo interrumpió.

-¡Trató de atacar a esta mujer y luego de culpar a Grigori!

El zar colocó una mano sobre el hombro de Rasputín.

- Botkin se encuentra arriba. Ve a verlo y dile que te ponga algo en el ojo. Mientras tanto, deja esto en mis manos...

Al día siguiente, por la mañana, el secretario privado del zar fue al monasterio de Cronstadt y pidió ver al obispo Hermógenes. Le dijeron que el obispo se hallaba en cama, enfermo, pero él insistió en verlo. En la habitación de Hermógenes, que había padecido un ligero ataque cardíaco por la disputa del día anterior, leyó en voz alta la orden imperial de destierro. Hermógenes debía ir al monasterio de Zhirovestki e Iliodor a uno en Siberia. Hermógenes, que había palidecido, indicó:

- Tengo derecho a que me juzgue un tribunal de obispos.

- El emperador ha anulado ese derecho.

Hermógenes agachó la cabeza.

A Iliodor no lo encontraron en ningún sitio. Estaba ya camino de regreso a Zaritsyn. Al llegar allí, le comunicaron la orden de su destierro. Su reacción fue histérica. Escribió una larga y violenta carta al Santo Sínodo, denunciando a Rasputín como un hombre libertino y malévolo, acusándolo de ser el amante de la zarina por las cartas que había interceptado en sus años de antigua amistad con él.

Era un documento tan "subido de tono" que el Sínodo ordenó que lo arrestaran. Lo condujeron a un monasterio cerca de San Petersburgo, en espera de un juicio. Allí, la rabia y la desilusión parecían haberlo arrastrado al borde de la locura. Reveló que había hecho copias de varias cartas de la zarina a Rasputín, cartas con frases como "Le amaré siempre", y las envió al Sínodo y a varios periódicos. El Sínodo decidió evitar el escándalo de un juicio y lo obligó a colgar los hábitos. Lo dejaron marcharse del monasterio. Iliodor huyó a Noruega, empezó a escribir un libro denunciando a Rasputín y tramó una revolución para derrocar al zar. El triunfo de Rasputín no podía ser más completo. Aunque lo que no sabía éste es que la venganza de Iliodor todavía no había llegado...

Con éstas muestras nos hacemos una idea de cómo se las gasta Rasputín para hacer que ocurra lo que ocurra, la familia imperial esté de su parte y bajo su influencia.












Continuará...






Bibliografía:






Santos Bosch: Rasputín
Ediciones G.P. Barcelona 1936.




Colin Wilson: El mago de Siberia.
Editorial Planeta, S.A... 1990.




Imágenes procedentes de: wikipedia.org

jueves, 16 de junio de 2011

Rasputín y los Romanov 5º Parte




Otros milagros:





Son muchos milagros los que se le atribuyen a Rasputín, la mayoría asociados a la hipnosis o el chacra, sin embargo, hay algunos milagros "curiosos" que merecen la pena ser mencionados.


Su poder de curación parecía aumentar conforme más gente curaba. Uno de sus éxitos más notables tuvo lugar con la princesa Irina Tatischclev, pariente de la princesa Militza, que asistía a menudo a las veladas de ésta. La princesa era una mujer dulce y agradable de poco más de cuarenta años, pero un enorme bocio la desfiguraba, dándole el aspecto de una rana deforme.


Como resultado, sólo los invitados más amables o más insignificantes le prestaban atención. A menos de una semana del regreso de Rasputín, la princesa tragó una gamba al tratar de seguir una conversación y casi se ahoga. La llevaron a una habitación. Cuando le contaron esto a Rasputín, fue a verla.


Estaba sola, con un viejo sirviente haciendo guardia. Era evidente que sufría y le lloraba tanto que apenas veía quién estaba al lado de su cama. Rasputín le habló para tranquilizarla y colocó ambas manos suavemente a ambos lados de su garganta. La princesa continuó ahogándose un rato más y, de pronto, suspiró largamente y cerró los ojos. Unos minutos más tarde, dormía.


Rasputín regresó a la fiesta, donde conversó con una francesa que estaba convencida de haber sido amante de Napoleón en una vida anterior. En las siguientes semanas, el bocio disminuyó cada día de forma notable...
Cada vez que Rasputín veía a la princesa, lo tocaba suavemente con la punta de los dedos. En la segunda semana de febrero, se había desvanecido por completo. El cambio fue increíble. Esta mujer, antes desfigurada y repulsiva, ahora se mostraba bella y atractiva.

La natural bondad de sus ojos y la dulzura de su sonrisa eran evidentes, ahora que el gran saco de carne se había desvanecido. Al cabo de seis meses, se casó con un brillante abogado, unos años menor que ella, llamado Vladimir Kolchac, y el matrimonio fue muy feliz. Grigori se sintió muy satisfecho al darse cuenta de que él había sido la causa de la dicha de esta encantadora y afable mujer y estuvo encantado cuando le pidieron que fuese padrino de su primer hijo.






Las Grandes Duquesas Olga, Tatiana y a la derecha Anna Vyrubova



Otro de los milagros que también fue muy comentado, es uno que tiene como protagonista a una de sus mayores fans, Anna Vyrubov. El 15 de enero de 1915 el tren en el que viajaba la mejor amiga de la zarina dirección desde Tsárskoie Seló a San Petersburgo, sufrió un terrible accidente, descarriló y Anna quedó sepultada por un amasijo de hierros, sus piernas estaban completamente destrozadas y tardaron mucho tiempo en poder sacarla de aquel infierno, cuando lo consiguieron había perdido muchísima sangre y los médicos dijeron que no sobreviviría más de unas horas. La zarina, que no puede creer en tan terrible noticia, llama inmediatamente a Rasputín.

Grigori llega a las pocas horas gritando ¡Anushka, Anushka!, la enferma abre levemente los ojos y al ver a Rasputín a su lado le susurra que rece por ella. Durante unos minutos Anna no reacciona. A partir de este punto hay dos versiones, la de los testigos, y la de Rasputín.

La de los testigos indica que al más puro estilo de algunos relatos de la biblia sobre Jesús, Rasputín grita a Anna ¡Levántate y anda! Anna se incorpora y al instante se desploma inconsciente. Rasputín se da la vuelta e indica con calma a la zarina: Se recuperará, pero quedará inválida.

La versión que Rasputín cuenta a su hija María no es tan espectacular, solo comenta que rezó durante horas cogiendo la mano de Anna, y que Dios le reveló que viviría pero que no podría volver a caminar.

Este punto no queda del todo claro porque si bien es cierto que Anna se recuperó y a partir de ese momento usó el resto de su vida silla de ruedas, en algunos libros indican que podía andar coja aún después del accidente.









Anna después del accidente, junto con la Gran Duquesa Olga.






Habladurías y rumores:





Cuando los zares ven que Rasputín es el único de curar a su hijo y aliviarle esos terribles dolores que le produce la hemofilia les invade la fe, confían ciegamente en el campesino, y empiezan a pedirle consejo hasta para los asuntos de estado, la nobles rusos pronto se dan cuenta de la influencia de Rasputín y lo ven como una amenaza, a menudo los periódicos rusos publican caricaturas muy críticas sobre él, con los zares en sus brazos a modo de marionetas.









Mofa de Rasputín y los zares publicada en la prensa rusa alrededor de 1913









También se dice que en uno de sus ritos, Rasputín salió a la calle sin ropa y que fue fotografiado y publicado en otro diario ruso.

Se le comunica a la familia imperial de múltiples formas y por diferentes informadores de las fastuosas juergas de su querido amigo, pero ellos hacen caso omiso, y si es uno de los sirvientes tiene queja del monje, es despedido inmediatamente.

La única que parece escuchar es la madre de Nicolás, María, que se alarma en cuanto se entera en una entrevista con el Primer Ministro, Vladimir Kokovtsov de todo lo que ocurre en el palacio.

La entrevista ocurrió así:

- Decidme Vladimiro - exclamó la Emperatriz María - ¿Cuáles son los repugnantes rumores que circulan en la sociedad y en la prensa, relativos a un campesino siberiano llamado Rasputín? Me duele ver el nombre de mi hijo y de mi nuera mezclados en este asunto. Como Primer Ministro debéis estar informado de todo ello.

Kokovtsov se mantuvo en un embarazoso silencio. Era difícil explicar ciertas cosas que no favorecían en absoluto a la familia imperial, al final habló.

- Vuestra majestad sabe- dijo- que el campesino Rasputín fue introducido en palacio por los elementos principales de la iglesia ortodoxa, con el fin de complacer al zar...

- Yo no sé nada, Kokovtsov - interrumpió la emperatriz María - Ya sabéis que vivo, como todos, apartada del palacio, Alejandra y mi hijo llevan una vida solitaria en Tsárskoie Selo. Nada bueno puede resultar para Rusia de todo esto.

Kokovtsov se vio obligado a contar la historia de Rasputín desde sus inicios.

- Nada sé- dijo- de la juventud del campesino. Tan solo que procede de Pokróvskoie, población situada en el distrito de Tobolsk. Desde joven destacó por su extraordinaria devoción religiosa, que le movió a abandonar su familia para recorrer distintos Conventos y Monasterios de aquellas tierras de Siberia.
Se cuenta que su fama se extendió con motivo de ciertas curas milagrosas realizadas por su presencia. Nada hemos podido averiguar con certeza; su vida es confusa hasta su llegada a San Petersburgo, en cuyo seminario conoció a Teófano, que apreció sus extraordinarias cualidades. Teófano le presentó al Abate Hermógenes, que, como Vuestra Majestad ya sabe, se encargó durante cierto tiempo de introducir a escogidos santones y "Yurodivis" a presencia de sus Majestades Imperiales. Hermógenes vio en él la encarnación de la sabiduría popular de los campesinos, y comprendió que sería del agrado del Zar.

- ¿Y con respecto al escándalo aparecido en la prensa? - preguntó la emperatriz María - ¿Qué sabéis de ello?

- Parece ser - contestó Kokovtsov - que Rasputín disputó violentamente con su antiguo protector, el Abate Hermógenes. Este le reprochaba la excesiva autoridad que había logrado sobre los zares, en perjuicio propio. Se exaltaron en la discusión y llegaron a las manos. Rasputín lanzó salvajes juramentos siberianos, a lo que Hermógenes contestó recurriendo abundantemente al vocabulario de la comarca del Volga. Un obispo y varios Monjes asistían a la disputa. La prensa se ha aprovechado ampliamente de este asunto.

- ¿Y el Zar? ¿Qué dice el Zar? - preguntó preocupada la emperatriz.

- El zar nada dice. Parece ser que condenó horrorizado la conducta de Hermógenes. Este Abate, el Obispo que asistió a la discusión y varios religiosos más han sido desterrados. Rasputín se vanagloria ahora de la firmeza de sus relaciones con la corte imperial.

- Es una vergüenza Kokovtsov - dijo la ex Reina - El imperio de Rusia no puede caer en manos de un campesino sin conciencia.

- No es eso todo, Majestad. Hay ciertas personas que poseen cartas dirigidas por Rasputín a la Zarina y a sus hijas. Parece ser que en dichas cartas hay palabras comprometedoras para su Majestad y para sus Altezas Imperiales.

- ¡Qué vergüenza! - dijo, llorando amargamente - ¡La pobre, la desdichada Alejandra no comprende que está desprestigiando la dinastía, y ella misma se pierde en manos de un aventurero cualquiera!







Icono de Rasputín, creado por orden de Alejandra, que lo consideraba un auténtico Santo









Icono de Rasputín con Alexei





Continuará...


 

Bibliografía:






Santos Bosch: Rasputín
Ediciones G.P. Barcelona 1936.



Colin Wilson: El mago de Siberia.
Editorial Planeta, S.A... 1990.




Imágenes procedentes de: wikipedia.org


jueves, 9 de junio de 2011

Rasputín y los Romanov 4º Parte



Continuando con la historia de Anna Vyrubov:








En muy poco tiempo Anna consigue integrarse por completo en la familia real, ejerciendo una gran influencia en la emperatriz, acompañando a la familia imperial tanto en palacio como en paseos por el bosque o en los viajes en yate.



Un embajador francés (experto en moda) describe a Anna de la siguiente manera:


Ninguna otra amiga de la familia imperial es tan vulgar. Ella es rechoncha, de constitución ancha y basta; tiene un pelo grueso y brillante, el cuello gordo, rostro inocente, sonrosado, mejillas brillantes, ojos claros y luminosos y presenta unos labios, en fin, abultados y carnosos. Se viste siempre de un modo ordinario, plagado de adornos inútiles que le dan aspecto de provinciana. Maurice Paléologue, citado por G.King, p.180


A pesar de sus familiares, Anna no pertenece a la clase social alta y viéndola junto a la Zarina podría bien parecer la niñera de las grandes duquesas y el zarévich. Anna, al igual que Rasputín y Nicolás II, dará siempre la razón a la emperatriz Alejandra, tanto si la tiene como si no.







Anna a la izquierda, junto con su hermana menor.



La Zarina, preocupada porque su amiga preferida aún sigue soltera, decide hacer de casamentera y buscarle un esposo. El seleccionado es Alexander Virúbova, un oficial de la marina que había combatido en la guerra contra Japón; el hombre, como Anna, es soltero y no demasiado joven.

Por orden de la emperatriz, contraen matrimonio sin noviazgo preliminar, completamente a ciegas, algo que trae horribles consecuencias.

Los zares hacen de padrinos en la boda y despiden a los recién casados, en la misma tarde se dirigen a su luna de miel, Alejandra decide consultar a Rasputín si la pareja será feliz. Grigori se retira a un rincón, se arrodilla frente a un icono, reza, piensa en Anna y vuelve frente a la emperatriz, Dios le ha dado la respuesta, el matrimonio será muy desgraciado.

Tras unos breves meses de convivencia, Anna le confiesa entre lágrimas a la Zarina lo desdichada que se siente. Su marido resulta ser, además de homosexual, alcohólico y maltratador. Siente verdadero pánico cuando escucha a su esposo caminar cuando va entrar en su casa, para no volverse loca por el pánico y las palizas continuas decide separarse.

Con la predicción acertada sobre el destino del matrimonio Virúbova, Rasputín convence completamente tanto a Anna como a la emperatriz de sus poderes divinos.

Virúbova se convierte en una de las mayores seguidoras de Rasputín. Organiza reuniones en las que se adora e idolatra a Grigori hasta la nausea.

En las reuniones Rasputín profetiza, reza en grupo, otorga perdones y regaña de forma paternal a las asistentes.

Sus seguidoras compiten por tenerlo bajo su techo.


Aunque él no pide dinero, sus fans no paran de dárselo, en esa ocasión decide gastarlo en hacerse una mansión en su pueblo Pokróvskoie, de estilo similar en las cuales se aloja en San Petersburgo. Una casa así pronto destaca entre tanta pobreza del resto de la aldea. Todo el mundo admira y respeta al gran Rasputín.


Cuando de vez en cuando vuelve a su pueblo para ver a sus familiares, el pueblo le recibe agolpado en la estación de tren, en medio de vítores, la gente llora de la emoción.


Todos miran la cruz de oro y diamantes que Nicolás II le ha regalado por la ayuda prestada al pequeño Alexis.


Las visitas en San Petersburgo por parte de Rasputín a la familia imperial aumentan. Para intentar evitar los rumores y habladurías, piden a Grigori que entre por una puerta trasera, ya que hay un libro que registra todas las visitas de la entrada principal.


Los zares ya se refieren al monje como "nuestro amigo".





Grigori con el zarévich Alexis, Alejandra y Anna a su izquierda, a su derecha las grandes duquesas Olga, María y Anastasia.



Sus visitas siempre suelen ser iguales, primero habla un rato con sus majestades imperiales, después juega con el zarévich y al terminar reza. Por último acompaña a las grandes duquesas a sus habitaciones para dormir, estando en camisón y reza con ellas. Esto alarma a los empleados que no lo ven con buenos ojos.

Las damas de honor no entienden como Rasputín tiene permiso para acompañar a las bellísimas hijas de Nicolás Alejandra en momentos tan íntimos como son la hora de dormir, deciden quejarse para preservar la dignidad y seguridad de las pequeñas. Pero la emperatriz no cree en absoluto que Grigori sea una amenaza y las quejas de sus empleados le molestan y ofenden profundamente. La doncella entonces acude al Zar, que le contesta:

¿De modo que tú tampoco crees en la santidad de Grigori Yefímovich? ¿Y si te dijera que he sobrevivido a estos años difíciles gracias a sus oraciones?




Las niñas confían ciegamente en Rasputín y en sus padres y no perciben ningún oscuro propósito en su "salvador".


De hecho le escriben cartas llenas de afecto, una pequeña muestra:

Te echo mucho de menos y no tengo a nadie a quien contarle mis penas, ¡y tengo tantas penas! Te beso las manos. Te quiere, Olga (catorce años).

La carta de Tatiana es aún más "impactante", ya que la niña cuenta tan sólo con doce años:

Sin ti todo es tan triste...Beso tus santas manos...Siempre tuya, Tatiana.

María con diez años escribe lo siguiente:

Por la mañana, cuando me levanto, saco de debajo de la almohada el Evangelio que me regalaste y le doy un beso. Es como si te lo diera a ti.

La pequeña Anastasia de ocho años, le pide a Rasputín lo siguiente:

Trato de ser buena, como me pediste. Si te quedas siempre con nosotras seré buena siempre.





El milagro:





La confianza total y la cálida acogida que muestra la familia imperial a Rasputín incrementa con el éxito que tiene el monje con el Zarévich en 1907. La hermana de Nicolás II es testigo del suceso de Tsárskoie Seló, lo relata de la siguiente forma:



El pobre niño yacía dolorido, sus ojos rodeados de oscuras orejas, todo su pequeño cuerpo retorcido y su pierna terriblemente inflamada. Los médicos no podían hacer nada, estaban más atemorizados aún que cualquiera de nosotros, susurraban entre ellos. Se estaba haciendo tarde y me rogaron que me fuera a mis habitaciones. Entonces Alix (Alejandra) envió un mensaje a Rasputín que estaba en San Petersburgo. Llegó al palacio hacia media noche o algo más tarde. Por entonces yo estaba en mi dormitorio y por la mañana temprano Alix me requirió en la habitación de Alexei. No podía creer lo que veían mis ojos. El pequeño no solo estaba vivo, sino bien. Estaba sentado en la cama, la fiebre había desaparecido, los ojos claros y brillantes, y sin ningún signo de inflamación en su pierna. Más tarde supe por Alix que Rasputín no había tocado al muchacho, sino que simplemente había permanecido rezando a los pies de la cama.




En ese mismo momento la Zarina ya no duda que es un enviado de Dios, los zares prohíben que el suceso salga de palacio pero los empleados están tan impresionados que no tardan en contarlo y el milagro se sabido por todos. Miles de persona se agrupan para ser curados o bendecidos por "el visionario" como le llaman muchos.





Grigori Rasputín






Continuará...








Gilbert Maire: El asesinato de Rasputín
Ediciones Urbión, S.A. diciembre 1983.




Alejandra Vallejo-Nágera: Locos de la historia.
La Esfera de los Libros, S.L. 2007.




Imágenes procedentes de: wikipedia.org