Rasputín en su aldea natal en 1910
Avisos y antipatías:
Un mes de marzo, la zarina comenta a Rasputín que Rodzianko había pedido audiencia al zar, sin duda para acusar a Rasputín e intentar distanciarles. Tenía razón. Rodzianko presentó al zar el antiguo informe de Stolypin y pidió permiso para investigar la vida de Rasputín.
El zar, que siempre quería caer bien a la gente, dio su permiso. Cuando, unos meses más tarde, Rodzianko solicitó otra entrevista, el secretario del zar le pidió que entregara su informe por escrito. Sabía lo que esto significaba. Rasputín y la zarina habían triunfado nuevamente, el zar se cerró en banda a más rumores externos, de momento.
Rodzianko no se dio por derrotado y pidió al primer ministro Kokovtsov, junto con la Emperatriz María, que éste hablara con el zar, que difícilmente podía negarle una audiencia. De nuevo, el zar se mostró colaborador y cortés. Insinuó que sabía todo sobre el libertinaje de Rasputín pero que éste no hacía ningún daño a nadie. Acabó por indicar que Kokovtsov hablara cara a cara con Rasputín.
Rasputín se asombró al recibir una orden de presentarse en casa de Kokovtsov y más aún cuando lo escoltaron a su estudio privado. Kokovtsov era un hombrecillo pulcro, de modales secos.
Rasputín se divirtió al ver que el primer ministro, como tantos otros, evitaba deliberadamente su mirada; era evidente que lo habían advertido sobre el poder hipnótico de Rasputín.
Cual un maestro abochornado, Kokovtsov explicó que la presencia de Rasputín en San Petersburgo causaba problemas para todos. La prensa liberal lo utilizaba como excusa para atacar la política del zar y las historias de su libertinaje eran embarazosas para la Iglesia.
Rasputín escuchó y experimentó una irónica simpatía hacia el primer ministro; cuando uno apelaba a su amabilidad, normalmente tenía éxito.
Lo interrumpió finalmente.
- Por favor, no diga más. Me marcharé de San Petersburgo.
Kokovtsov lo miró fijamente, sin poder creer lo que estaba oyendo.
- ¿Lo hará?
- Se lo prometo... deme dos semanas... Pero, antes de irme, hay algo que quisiera decirle.
- ¿Qué?
Kokovtsov lo miró a los ojos y apartó rápidamente la mirada. Rasputín tuvo que aguantarse una ligera sonrisa.
- Usted dice que el país peligra. Creo que no se da cuenta de cuán mala es la situación. Soy un campesino y entiendo el ánimo de la gente. ¿Se ha detenido a pensar que las revoluciones no se hacen realmente por ideas políticas? Se hacen generalmente por comida. Debe haberse percatado de que la mayor parte de la inquietud política de los últimos cincuenta años se ha dado cuando Rusia estaba en guerra. Eso es porque la gente está hambrienta y, cuando está hambrienta, se enfurece. Le diré otra cosa que va mal en el país... los ferrocarriles. ¿Se da usted cuenta de que, si Rusia entra en una guerra, nuestra principal debilidad se encuentra en el sistema ferroviario? ¿Cómo transportar alimentos y tropas con un sistema ferroviario ineficaz?
Kokovtsov contestó:
- Esperamos que no haya guerra. -Yo también. Le diré algo en confianza. Hace dos años, cuando la Duma hablaba de hacerle la guerra a Austria, el zar me pidió consejo. Le dije que una guerra significaría el fin de Rusia. Tal vez me equivoco, pero creo que mis palabras le hicieron pensar. No sé mucho de política pero sé lo suficiente para saber que los alemanes y los austríacos creen que no nos atreveríamos nunca a luchar. Entonces, ¿qué cree usted que ocurrirá la próxima vez que la Duma sufra un acceso de patriotismo y el káiser crea que los diputados no se atreverán a oponerse a él? -Sí, sí, tiene razón. Me... bueno, me temo que espero la llegada de otra persona ahora.
Cuando Rasputín fue, Kokovtsov escribió en su diario "Rasputín es uno de los hombres más repulsivos que he conocido. Estuvo todo el tiempo con sus repugnantes ojillos pegados en mi persona, tratando de hipnotizarme. Dijo también muchas tonterías acerca de la guerra."
Rasputín volvió a su a casa, encontró a Ana Vyrubov y a Munia Golovina allí.
Les contó lo ocurrido con el primer ministro:
- Acabo de salir de casa de Kokovtsov, -ellas se rieron, creyendo que bromeaba-. Lo digo de verdad.
- ¿Lo desterró? -preguntó Munia, riéndose. (No podían imaginar que en poco tiempo el destierro sí sería real, aunque temporal gracias a la Zarina)
- No. Pero acordé desterrarme a mí mismo.
- ¿Lo dice en serio? -inquirió Ana Vyrubov.
- Me iré a Siberia en dos semanas, cuando el emperador vaya a Crimea.
- ¿Por qué no viene a Crimea? -el rostro de Ana se iluminó.
- Porque no me han invitado.
- No quiero decir que vaya con la familia real. Pero conozco una casita muy agradable en Livadia; la alquilaré para usted. Y estará cerca, en caso de que queramos verle...
Rasputín se dejó convencer; la idea de pasar un verano tranquilo en Crimea le pareció estupenda. Unos días más tarde, Ana le llamó por teléfono.
- Ya alquilé la casa. Así que más vale que vaya a Crimea con nosotros.
No tiene sentido que viaje en otro tren.
- ¿Lo sabe el emperador?
- No, pero no le importará.
Ana Vyrubov estaba muy equivocada, en bastantes ocasiones muestra Nicolás abiertamente su antipatía contra el campesino, y en está ocasión se engrosará la lista de ofensas para el Zar.
El día en que salieron rumbo a Crimea, Nicolás se encontraba de muy mal humor y la perspectiva de un viaje largo y caluroso en el tren lo irritaba aún más. Paró a un camarero que pasaba frente a la puerta y le dijo:
- Tráeme una caja de fósforos. - Entonces notó la botella de vino dulce georgiano en la bandeja-. ¿Dónde llevas eso?
- Se lo llevo al staretz... (Así llamaban a Rasputín y que venía a significar hombre Santo)
Ana palideció y estaba tratando de hacer señas al camarero, que parecía perplejo.
- ¿El staretz? ¿Cuál staretz? -Se volvió hacia la emperatriz-. ¿Sabes algo de esto?
La zarina se puso muy colorada y no sabía dónde mirar.
- No.
- Le sugerí que viajara con nosotros... alquiló una casa en Livadia... -explicó Ana.
El zar se volvió hacia el camarero.
- Pídele, por favor, al staretz, que me haga el favor de bajar en la próxima estación.-
Cuando Rasputín se bajó del tren, el Zar se volvió hacia Ana-. Y tú, ¿podrías hacerme el favor de no invitar a nadie al tren sin mi permiso?
Volvió la vista al periódico inglés que estaba leyendo. Ana y la zarina se miraron de soslayo. Las dos no podían estar más rojas y abochornadas.
En Crimea, el mal humor del zar se evaporó gradualmente, pero, cuando vio que la zarina escribía una carta a Rasputín, le dijo con frialdad:
- Me gustaría que la hicieras corta. Mi ministro del Interior sigue tratando de recuperar las cartas robadas por ese Iliodor. Cosas como ésta causan muchísimo embarazo...
Ni él ni la zarina sabían que ya se habían recuperado y que se hallaban en posesión de la madre de Nicolás, la emperatriz viuda. Gracias a las cuales, darán apoyo para desterrar a Rasputín o, al menos, intentarlo como leímos en el capítulo de la semana anterior.
La familia imperial
Comienzo de la caída y escándalos:
Cuando la Zarina se entera del destierro por la carta de Rasputín monta en cólera y manda hacerlo volver de inmediato, el resultado es la caída tanto de Kokovtsov como de Stolpyn.
Para la Emperatriz, Grigori es fundamental para su existencia y necesita como el respirar que el campesino se encuentre cerca suya para guiarla espiritualmente y curar al pequeño Alexei siempre que lo necesite, en una de sus cartas a Rasputín, Alejandra relata:
Estoy tranquila y en paz con mi alma, puedo descansar sólo cuando tú, maestro, estás sentado a mi lado y beso tus manos y apoyo mi cabeza en tus benditos hombres. ¡Oh, qué fácil me resulta todo entonces!
Todo este agradecimiento y paz se debe a la sencilla razón de que cada vez que Alexei tiene fiebre y está gravemente enfermo por alguna caída o arañazo, Rasputín ya sea rezando en su cuarto o de "forma telepática" a distancia, consigue milagrosamente que al día siguiente el pequeño mejore, la hemorragia cese y la fiebre desaparezca.
Son conocidas por muchos, las prácticas a las que Rasputín está acostumbrado para purificar a sus seguidoras, a esto se le suma los rumores mencionados anteriormente sobre las Grandes Duquesas, y además hay acusaciones directas contra el monje de violación a una joven en los baños. La Zarina por supuesto, no cree nada, pero lo cierto es que Nicolás comienza a estar harto de que día tras día su gente cercana no paren de advertirle sobre Rasputín.
Continuará...
Bibliografía:
Santos Bosch: Rasputín
Ediciones G.P. Barcelona 1936.
Colin Wilson: El mago de Siberia.
Editorial Planeta, S.A... 1990.
Imágenes procedentes de: wikipedia.org
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