jueves, 28 de abril de 2011

Erzsébet Báthory 8ª Parte




Cena de Navidad en Csejthe:



El evento exige acomodar durante cuatro días a las familias más prestigiosas y ricas de Hungría, más el Rey y todos sus sirvientes. Erzsébet lo ve como una auténtica faena, pues todo aquello se traduce a un gran trabajo.

Su castillo se encuentra en uno de los sitios más altos y ventosos de Transilvania. Hay que calentar todas las habitaciones, los salones y los pasillos, colgar tapices, embellecer la vajilla de plata y oro, lo que requiere aumentar el número de criados... La Condesa no tiene demasiado dinero, aún así Erzsébet no pone ninguna pega, pues sabe que ese sacrificio conlleva que si sale bien, puede seguir con su vida sin que nadie la moleste.

Teniendo en cuenta quienes asistirían y que irían muy pocas mujeres, se asemejaba mucho a un tribunal.
La Condesa se sintió amenazada. Invitó a otros nobles de los alrededores para animar aquellos días en los que tendría aquellos severos invitados.

Con gran esfuerzo Erzsébet consigue prepararlo todo, y van llegando los invitados, entre ellos están sus dos yernos que son miembros parlamentarios, el Rey, Thurzó y el odiado Megyery, tutor de su hijo Pál que ya tiene unos doce años. Cuando les escuchó llegar por el puente levadizo se abalanzó a coger un papel, amarillento, enrollado y arrugado, un conjuro que le había preparado Darvulia cuando aún estaba viva, en aquel papel están escritos sin que ninguno falte, los nombres de jueces y príncipes que ahora amenazan su existencia. Es el famoso hechizo en el que invoca a los gatos para que muerdan los corazones de sus enemigos.


La última noche la anfitriona preside una magnífica mesa decorada con manteles bordados de oro, con una enorme vajilla de plata, confiteros, barriles y cántaros cubiertos de ricos esmaltes. En algunas piezas brillan piedras preciosas. La banda que elige Erzsébet esa noche para decorar su cabeza es de color negro, símbolo de su viudedad. Lleva además un vestido de terciopelo, seda, visón y malla de perlas, tal como exige la ocasión. 

Es Nochebuena y Erzsébet por su parte, tiene un regalo para todos los asistentes

El día anterior a la fiesta, pidió a Májorova que le preparara un pastel mágico para aquella gran fiesta. La bruja le dijo los utensilios que necesitaba y que ella haría el resto, llegada la noche.

A las cuatro de la madrugada, en uno de los cuartos de piedra subterráneos, todo estaba preparado: ardía el fuego, los utensilios de barro vidriado y cobre relucían en el suelo. En un caldero se calentaba agua de rió; al lado había una artesa preparada para hacer la masa.
En las baldosas reposaba un matojo de belladonas, secas, que solían usarse para anestesiar a las mujeres parturientas, las dormía levemente o soldados que debían sufrir una amputación. También lo mezclaban las damas con alraum y mandrágora, quemando las hojas, para blanquear el cutis.
Erzsébet estaba desnuda, entró en la artesa, la bruja vertió sobre su cuerpo, como sobre un pan largo envenenado, sin desperdiciar una sola gota, agua verdosa de solanáceas maceradas. Mascullaba un conjuro en otra lengua aunque si se entendía cuatro nombres que se repetían. 

La Condesa por su parte, repetía su nombre, hasta llenar el agua con la esencia de su cuerpo y su alma, tomaron la mitad de aquella agua para hacer la masa del pastel. La otra mitad del agua volvió al rio. La bruja mascullando más conjuros, preparó la masa con aquella agua envenenada, habiéndose bañado Erzsébet en ella y terminó aquel dañino y embrujado pastel. El maleficio iba destinado contra el Rey Matías, Thurzó, Cziraky y Emerich Megyery, todos aquellos que bajo el punto de vista de Erzsébet, podían perjudicarla e interponerse entre ella y la eterna juventud. El objetivo de Erzsébet no es otro que no dejar supervivientes en la fiesta.
Ya había ocurrido en otras ocasiones, tiempo atrás, había grandes intoxicaciones en otras fiestas de la realeza, decenas de nobles muertos, eran accidentes que pasaban y apenas eran investigados, la Condesa pensó que se saldría con la suya y que todo "el supuesto accidente de intoxicación de los comensales" se olvidaría rápido, además el Rey Matías cuenta con numerosos enemigos, les está haciendo un favor, piensa Erzsébet .

Ese era el regalo de Erzsébet para inmortalizar aquella grandiosa noche, el gran pastel.
 
A los cuatro aludidos les fue colocado un gran trozo de pastel, más grande que al resto de invitados, pero misteriosamente ninguno de ellos lo probó, los otros que lo comieron, al rato cayeron enfermos con terribles dolores, encerrados en sus habitación vomitaban sin parar y algunos murieron. La Condesa se dio cuenta del auténtico motivo por el cual habían ido aquellas personas, les habían avisado, por eso no tocaron la tarta. A parte de esto, es lógico que muchos no probaran la tarta después de cuatro días de fastuosos banquetes. Suministrar el veneno en forma de postre el último día, al final de la noche no fue una buena elección.

Thurzó poseía la carta que András Berthoni, antiguo pastor de Csejthe, había dejado escondida a Ponikenus, con todos los macabros datos que escondía sobre la condesa.



 El palatino Thurzó


Ponikenus no se sabe como se la había hecho llegar al palatino. Aprovechando la visita, le pidieron explicaciones a Erzsébet.
Zavodsky, secretario de Thurzó, estaba en la habitación contigua, escuchando la conversación:

-Te acusan en esta carta de haber asesinado a las nueve muchachas enterradas en la iglesia del pueblo alrededor de la tumba del conde Országh. Dijo Thurzó.

-¡Desvaríos!-exclamó ella- son mis adversario, empezando por Megyery el Rojo, quienes se lo han inventado.

La Condesa admite haber enterrado a aquellas nueve chicas, pero lo hizo para proteger al pueblo y a sus criados, pues según ella, las chicas tenían una desconocida y terrible enfermedad contagiosa. Además Berthoni era viejo, borracho y no sabía lo que decía, añade Erzsébet.

 Thurzó no retrocedió:

-Sin embargo, hablan de ti por todas partes. Dicen que has torturado y asesinado a varios cientos de muchachas y, lo que es peor: que te has bañado en su sangre para conservar tu juventud y belleza.

Erzsébet no negó todo pero Thurzó le dijo que tenía varios testigos. Se lamentó de que su mejor amigo, el Conde Nádasdy hubiera estado casado con una criminal. La Condesa que estaba harta le dijo de forma altanera que aunque hubiera hecho ella tales cosas, él no tenía ningún derecho a juzgarla. Éste respondió:

-Eres responsable ante Dios y ante las leyes que yo tengo que hacer respetar. Si no pensara en tu familia, sólo escucharía a mi conciencia y te haría encarcelar en el actor, y juzgar a continuación.

Decidió el palatino junto con Zavodsky, su consejero, convocar en Presburgo a los miembros de la familia Báthory que se encontraban allí, pedirles que vigilaran a Erzsébet y que le impidieran alargar su lista de víctimas.
En aquel consejo participaron los yernos de la Condesa: György Drughet de Homonna, jefe del condado de Zemplin, y Miklós Zrinyi quien, desde aquel día en Pistyán en el que su perro había desenterrado en el huerto a algo muy similar a una muchacha en descomposición, sabía a qué atenerse. Ambos quedaron aterrados pensando en la reputación de la familia. Como las hijas de Erzsébet les suplicaron que dejaran a salvo a su madre, expresaron el deseo de que el asunto se difundiera lo menos posible.
La decisión que tomó la familia fue: "El palatino, para dejara a salvo nuestro honor, ha decidido llevar en secreto a Erzsébet Báthory de Csejthe a Varannó, dejarla allí algún tiempo, y luego recluirla en un monasterio. Lamenta tener que tomar tales medidas, pero espera que éstas satisfagan a los jueces y al Rey."

Thurzó se jugaba en ello su posición de palatino, y aunque sabía que Erzsébet había intentado envenenarle con aquella tarta, lo dejó correr y no quiso hacer nada más. Los yernos quedaron satisfechos. Thurzó creía que Erzsébet debía ser juzgada por un tribunal, pero ello significaba hacerlo público y de que la gente se enterara que era una criminal y cosas aun peores, cosa que la familia quería evitar a toda costa.

Pero Thurzó no era el único que tenía pruebas contra la Condesa. El Rey también tenía pruebas, gracias a Megyery, había llegado a sus manos aquel ajado pergamino en el cual maldecía a Rey y a él, además varios campesinos habían ido a hablar con él, aterrados por la desaparición de sus hijas a manos de Erzsébet.

Después de Navidad, concretamente el 28 de diciembre, el Parlamento oyó al alcaide de Csejthe, escuchó también la denuncia que Megyery había presentado, aunque algunos de los asistentes se negaban a dejarle hablar:

"El acta de acusación contra Báthory Erzsébet ha impresionado al Parlamento. Y lo que ha suscitado mayor indignación ha sido enterarse de que la "Dama de Csejthe" no se conformaba con la sangre de campesinas, sino que le hacía falta también la de las hijas de los gentileshombres húngaros. Sin duda, desde hacía tiempo, corrían rumores en Presburgo; pero, de hecho, no se daba crédito a tanto horror."

Durante tres días, del 25 al 28 de diciembre, el Parlamento se ocupó de este asunto. Thurzó debía tomar medidas aunque no sabía cuáles iban a ser. Finalmente llegó un emisario de Viena, en el mensaje pedían a Thurzó que fuera con urgencia a Csejthe, para enterarse por sí mismo de todo lo que allí estaba ocurriendo. Que abriera una investigación y castigara a los culpables allí mismos. Tanto los yernos de Erzsébet como Thurzó quisieron dar un poco de tiempo a Erzsébet para que pudiera huir con su primo Gábor, pero no fue posible, Megyery estaba allí e insistió en regresar cuanto antes. Llegaron por sorpresa al castillo, entraron y nadie se interpuso ni salió a recibirles.

Erzsébet estaba muy ocupada, se había quitado la máscara que había llevado estos tres días, de anfitriona perfecta. Mandó venir a Jó Ilona que, como la conocía de toda la vida, había permanecido cerca, atenta a sus peticiones. La pidió que encontrara a alguna joven culpable de algún mísero fallo. Le dijo que una tal Doricza había llegado hacía un mes de una lejana aldea. Había robado una pera. Aquel motivo condenaría a la joven. Antaño la Condesa tenía decenas de jóvenes "en conserva" como le gustaba a ella decirlo, repartidas en diferentes castillos, para divertirse en sus viajes, aunque a veces se olvidaban de ellas y morían de inanición. Ya al final, solo guardaba unas pocas chicas en Csejthe y se tenía que conformar para divertirse, como era esta la ocasión, con alguna pobre sirvienta, pero en aquella ocasión era diferente, Doricza Niláievá hacía labores de sirvienta, pero era la hija de uno de los Zémans, y la llevaban tiempo buscando.

Mandó llevar a Doricza al siniestro y frio lavadero, aquella vez, quién sabe si por la acusación de Thurzó, Erzsébet estaba como loca, tenía los brazos rojos de sangre, grandes manchas en su vestido, gritaba y reía como una autentica desquiciada, corría hacia la puerta secreta y volvía, galopaba a lo largo de las paredes, con los ojos fijos en su víctima.

Otras pobres desdichadas esperaban tras la puerta, otras hijas de noches, Vistra Meyénthény, Amma Radamenkz y María Kipickis.

Las dos viejas ayudantes estaban muy atareadas torturando con atizadores, tenazas y otros utensilios a otras tres muchachas. Erzsébet aún estaba vestida con uno de sus más lujosos vestidos, dio más de cien azotes a Doricza, que estaba desnuda, como todas las jóvenes víctimas de la Condesa, cubierta de sangre. Pero aquella muchacha no quería morir, y había aguantado más de una centena de azotes, aunque no le sirvió de nada, le arrancaron las uñas también, le tocó ver como la Condesa torturó a sus otras compañeras, incluso arrancó el corazón de una de ellas y masticó varios trozos, luego lo tiró al fuego.


Pero para Doricza todo había terminado, llegó Dorkó con sus afiladas tijeras y como de costumbre, le cortó las venas del brazo, Doricza se desplomó, por fin descansaba. Aquel día todos estaban agotados y no limpiaron y arreglaron el sitio como solían hacer.

Al día siguiente, el 29 de diciembre, fue cuando llegaron por sorpresa a investigar a Erzsébet. Como Thurzó sabía cómo se las gastaba su prima, con el venían hombres armados y también Ponikenus. Fueron acompañados por hombres con antorchas que conocían el castillo, el primer sitio al que se dirigieron fueron los subterráneos, de donde subía un fuerte olor a cadáver. 



La cámara de los horrores:



Llegaron a la sala de tortura, las paredes estaban salpicadas de sangre, también estaba allí la doncella de hierro, jaulas e instrumentos junto a fuegos apagados. Encontraron sangre seca en el fondo de grandes pucheros, vieron las celdas donde se encarcelaba a las chicas, unas habitaciones de piedra bajas y estrechas. Un profundo agujero por donde se hacía desaparecer a la gente, había dos bifurcaciones, una iba a parar a la aldea, a los sótanos del castillo pequeño, la otra llegaba a las colinas por la zona de Visnové, una escalera conducía a las salas superiores. Y por fin se encontraron a una muchacha, estaba muerta, llena de heridas, la carne destrozada, el pecho acuchillado, el cabello arrancado a puñados, en algunas zonas de los muslos y los brazos no quedaba carne y se veía el hueso. "Ni su propia madre la había reconocido" dijo un testigo, era Doricza.

Thurzó no podía creer todo aquello, siguió adelante y encontró otras dos muchachas, una agonizaba, la otra solo intentaba esconderse, aterrorizada. Estaban desnudas, pero cubiertas de sangre seca y coagulada hasta tal punto que estaban las dos completamente negras.
Al fondo de los sótanos, en una celda sin aire, descubrieron a un grupo de chicas, las que Erzsébet llamada "en conserva", asustadas, de las reservadas para la siguiente sesión. Le dijeron a Ponikenus que primero las habían dejado morirse de hambre y luego les habían hecho comer carne asada de sus propias compañeras muertas, también habían visto como cada vez que algunas chillaban demasiado, les cosían la boca, después arrancaban los hilos, y así repetían el proceso varias veces hasta desfigurarlas por completo.
Mencionaron además, una puerta secreta que subía a una pequeña habitación adonde las llamaban de dos en dos o de tres en tres. Dejando los guardias en los corredores, subieron el capellán y el palatino por la escalera, allí habían mordido los gatos en una pierna a Ponikenus. Pero Erzsébet no estaba en el castillo, cuando terminó de asesinar a aquella chica y despertó de su trance, mandó que la llevaran abajo, al castillo pequeño. 
Allí la encontraron, orgullosa, sin negar nada, diciendo que todo aquello podía hacerlo una mujer de su rango.

“He aquí que ha llegado el momento, noble señora, de que os confiéis a la mayor brevedad a vuestro conjuro mágico, a esa oración en eslovaco que os enseño la lechera bruja y que hace acudir a los gatos."

Megyery el Rojo había rodeado a Erzsébet con sus redes, durante años trenzadas pacientemente, y la había cazado.

Detrás del castillo, esperaba a la Condesa una carroza bien repleta de sus pertenencias incluido su famoso maletín, el cual registraron y vieron el tipo de herramientas de tortura que allí llevaba, éstas se conservaron y pueden verse actualmente en un pequeño museo en Pistyán. Erzsébet estaba a punto de marcharse a Transilvania con su primo Gábor.

Entonces el palatino expresó su decisión:  

"Erzsébet, eres como una alimaña. Estás viviendo tus últimos meses. No mereces respirar el aire de esta tierra, ni ver la luz de Dios; tampoco eres ya digna de pertenecer a la sociedad humana. Vas a desaparecer de este mundo y no volverás jamás a él. Las tinieblas te rodearán y podrás arrepentirte de tu vida bestial Que dios te perdone tus crímenes. Señora de Csejthe, te condeno a prisión perpetua en tu propio castillo."

Para Erzsébet esto fue terrible, temía a la oscuridad y a los espacios cerrados.

Thurzó añadió, refiriéndose a las dos criadas: "A vosotras os juzgará un tribunal". Ordenó que las encadenaran. También procuró que se diera el mejor trato posible a las muchachas que había sobrevivido.



Representación de Erzsébet cuando es condenada por Thurzó



Mandó llevar a Erzsébet a su habitación hasta que se cumpliera la sentencia, y apartó la vista de ella. Luego se marchó con su séquito, indignado. Explicó a los yernos de la Condesa que no había podido cumplir lo que le pidieron y que si por él hubiera sido, la habría matado allí mismo. Les dijo que no habría juicio para intentar que fuera el proceso lo más discreto posible, pero que era imposible que la encerraran  simplemente en un monasterio como ellos habían pedido. Además Megyery y el consejero advirtieron que esa sentencia no daría por satisfecho al Rey.

Ni con la prueba del diario, en el que Erzsébet relató un total de 610 jóvenes que había asesinado con sus características, hizo faltar a Thurzó su caballeresca promesa de llevar la condena de Erzsébet en privado:  

"Mientras yo sea palatino, no habrá tal. Familias que se han distinguido en combates no se verán deshonradas por la sombra de esta mujer bestial. Los nobles y el Rey me aprobarán también, estoy seguro."




Continuará…




Bibliografía:






Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.


Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.

Imágenes obtenidas de wikipedia.org

jueves, 21 de abril de 2011

Erzsébet Báthory 7ª Parte



Muerte de Darvulia, llegada de Májorova:



En los años siguientes Erzsébet se dedicó a mirarse en el espejo, a leer brujería, ir a fiestas puntualmente y al atardecer hasta el anochecer, obtener su sangre para conservar su belleza, las familias iban hablando, cada vez era más difícil conseguir niñas. Tuvieron que irse Dorkó, Ficzkó y Jó Ilona a pueblos más lejanos, llegó un punto en el que los campesinos aterrados escondían a sus hijas, para aquella época en 1610, Darvulia desapareció "misteriosamente", hay dos versiones:

Una dice que se internó en el bosque, prácticamente ciega y no se supo más de ella, por lo que se supone murió en el bosque.

La otra que murió en de anciana en Csejthe, y que de madrugada salió la carroza de la Condesa con el cuerpo de Darvulia, la llevaron a un bosque lejano y la enterraron como ella quería, entre maléficas invocaciones.



Representación de Darvulia, ilustración de Santiago Caruso.



Para Erzsébet la muerte de aquella bruja fue un alivio, hacía meses que estaba harta. La veía como una embustera, pues ¿Como una bruja no es capaz de conservar su juventud y ser inmortal? Darvulia conocía  variedad de plantas para entrar en trance, hechizos y recetas, pero no la habían servido para salvarse a sí misma, eso desquiciaba a Erzsébet.

La Condesa no tardó demasiado en encontrarla una sustituta, más cruel si cabe que la anterior, pues en los últimos meses Darvulia se había empeñado de bajar la edad máxima de las víctimas de dieciocho años a tan sólo quince, para que la sangre fuera más pura.
Mandó como siempre a aquel enano, su nodriza y su bestia de carga a que buscaran una nueva bruja.

Se fueron muy lejos y trajeron a otra anciana, Erzsébet nada más verla supo que era ella a quien buscaba.
Aquella bruja se llamaba Ezra Májorova, aunque el pueblo lejano de donde procedía la conocía como la bruja de Miawa, lugar donde acaba el río Nytra, aunque la encontraron en otro sitio distante de la región.

Májorova era muy mayor aunque no tanto como Darvulia, éstas se conocían, muy a menudo Erzsébet pedía preparar pasteles envenados para enviarlos a alguien, por ejemplo al párroco del pueblo y Darvulia pedía el veneno a la bruja de Miawa para hacerlos.

La nueva bruja al principio se mostró reticente cuando vio los excesos de la Condesa, ya que los desconocía. Decidió darle setas y hongos nuevos, además de otras hierbas que provocaban trances, visiones y delirios en Erzsébet, ésta se tumbaba largas horas y Májorova permanecía a su lado, le preguntaba siempre que veía,  pero el volumen de imágenes era tal y tan acelerado que la Condesa nunca podía describir nada, de hecho lanzaba al aire palabras sin sentido.

Darvulia caminaba arrastrando los pies, e iba siempre con un capuchón que le cubría la cara, Májorova no, solo utilizaba su larga capa con capucha cuando salía fuera del castillo. Era fea pero lucía el rostro con orgullo. Una ancha y repugnante cicatriz le cruzaba la barbilla de lado a lado. Tenía esa marca desde su infancia, cuando la Condesa le preguntó por ella, la bruja respondió: - Un oso reticente...no quería ser dócil pero al poco tiempo fue mi fiel animal de compañía.  
Erzsébet quedó impresionada, maravillada.

Finalmente Erzsébet se mostraba impaciente e irascible y amenazó a Májorova desde un principio: - ¡Me has mentido!, gritaba Erzsébet, ¡eres la desgracia de todas mis desgracias, tus consejos han fallado! Ni si quiera esos baños de sangre de jovencitas han surtido efecto, después de los de plantas balsámicas. No sólo no me han devuelto la belleza sino que no han retrasado el avance de la decrepitud. ¡Encuentra un remedio o te mato!

La Condesa estaba harta de Darvulia y todo el peso y culpas cayeron en Májorova, que para salvar su pellejo, respondió con naturalidad: - Esos baños de sangre han resultado inútiles porque era la sangre de simples muchachas campesinas, sirvientas similares a animales. No surten efecto en tu cuerpo; lo que necesitas es sangre azul. Dentro de un mes o dos empezarás a notar el cambio.
Baños de sangre:


 
Baños de sangre:



Májorova le dijo también, que era hora de tomar literalmente largos baños de sangre, y que ésta además de ser procedente de chicas de la nobleza, debía cumplir otros nuevos requisitos:
El número de muchachas debía aumentar, ser más jóvenes, más lozanas. De once o doce años, no podían llegar a los quince. Era importante que además de ser vírgenes, nunca se hubiesen enamorado pues eso quitaba pureza a la sangre. Cuanto más hermosas mejor.

Al principio para esto usó su querida Doncella de hierro, que tardó muy poco en oxidarse y quedar en un rincón.

Instalaron un sistema en el cual toda la sangre derramada de las víctimas, a causa de los distintos métodos de tortura, era recogida mediante un canalillo que iba a parar a algunos cubos, éstos eran calentados de forma constante por un escalfador de barro. De ahí se vertía en la bañera de Erzsébet, que había hecho instalar en un lugar de los antiguos lavaderos, junto al sillón desde el que presenciaba las torturas.


Se reservaba para el final, cuando veía que las chicas estaban ya inconscientes, el momento de cortarles las venas de los brazos y el cuello. Finalmente se desnudaba muy tranquilamente y se metía en la bañera, que estaba a rebosar, lentamente, también tenía un escalfador de barro de bajo para mantener la sangre a temperatura elevada. Allí permanecía entre una y dos horas, tranquila, adormilada, cubierta hasta casi los ojos por aquel tesoro robado a sus víctimas. Cuando no tenía muchas muchachas en conserva, usaba esa misma sangre para bañarse la noche siguiente, después la sangre se deterioraba y había que tirarla.


Para la Condesa todo encajaba, todo lo que le indicó Májorova ella ya lo había pensado desde un principio, era lógico necesitar sangre azul debido a su alto rango. Mandó espías por los alrededores para tantear el terrero, el objetivo era traer al máximo número posible de hijas de "Zémans", nobles campesinos, barones o caballeros.

La estrategia para convencerles era sencilla, mandó a sus criadas, muy bien vestidas anunciar que "la Dama de Csejthe" iba a enfrentarse al invierno completamente sola y que eso la entristecía, estaba dispuesta a acoger en su casa a jóvenes de familias nobles para iniciarlas en el buen tono, buenos modales y enseñarlas idiomas. Solo pedía como pago la compañía de las chicas lo que durara el invierno. 
La compañía le salía muy barata si se comparaba por ejemplo, en Turquía por ejemplo, el pachá de Nové- Zamki debían pagar por cada joven cristiana destinada a su harén el valor de diez caballos de raza.
Con tales condiciones, consiguieron llevar a Csejthe veinticinco muchachas.

Al llegar a Csejthe, dos de ellas desaparecieron, a las otras las habían llevado a Podolié. Allí iban a buscarlas para usarlas en Csejthe y volvían a enterrarlas sin la intromisión de Ponikenus. En dos semanas de las veinticinco nobles, solo quedaban dos. Una de ellas muerta en la cama con aspecto extraño, ya que las sirvientas dijeron que tenía el cuerpo repleto de agujeritos pero no había ni una gota de sangre por ninguna parte. A la última se la acuso de haber matado a la otra por robarle una pulsera de oro. Intentó huir pero la atraparon en la puerta del castillo. Se suicidó en el calabozo con un cuchillo de cocina, aunque creen que la mató la propia  Erzsébet que fue vista entrar momentos antes de la muerte de la joven.

Jó Ilona, Dorkó y Kardoska, se vieron en dificultades, aquellas muchachas habían durado muy poco, debían encontrar más chicas hijas de Zémans, pero no era tarea fácil. Como ya no había manera de conseguirlas, por muy lejos que se fueron, se pusieron de acuerdo. Acordaron coger a campesinas y adecentarlas todo lo posible. Cogieron a cinco chicas y las llevaron al patio del castillo, allí las lavaron, peinaron, y se esforzaron mucho por blanquearles y suavizarles las manos. Las vistieron lo mejor que pudieron con las ropas de sus compañeras muertas días antes. Por la noche se las entregaron a Erzsébet. Incluso los haiducos se dieron cuenta del "engaño" pero no dijeron nada en presencia de la Condesa. Esto ocurría en diciembre de 1610.

Erzsébet pensó que con tantas dificultades para encontrar jóvenes lo mejor era marcharse de allí, anunció que se iría en cuanto pasara el año nuevo. Como no tenía a penas dinero preparó una serie de impuestos nuevos y prohibía a los propietarios vender las cosechas de trigo y vino antes de que se vendiesen las del castillo: "Necesitaré mucho dinero antes de irme", comentaba. Su intención era irse a un castillo en Transilvania al lado de su primo Gábor, casi tan cruel como ella, allí nadie la molestaría y nadie escucharía ni vería a ninguna de las jóvenes que le proporcionarían la eterna juventud, pensaba ella.



Sospechas en Csejthe:



Al igual que en Viena, en Csejthe y otros pueblos donde tenía castillos, los rumores y miedos eran muchos.
Los familiares de Erzsébet eran reacios a ir a Csejthe a visitarla, todos tenían sospechas, pero nadie hacía nada.

La hija de Erzsébet, Orsolya, llamada así en recuerdo a su suegra, vivía muy lejos de su madre y no le interesaba nada lo que ocurriese en el castillo. Otra de sus hijas, Katherine, no se llevaba bien con Erzsébet, aunque para ella, ésta era su favorita. Fue casada con un nombre francés llamado Georges Drughet, Señor de Homonna. No eran molestos, no interferían. 

Con Anna, la mayor, sucedía lo mismo, era invitada por Erzsébet cada mucho tiempo pues su yerno desde aquel episodio en Pistyán no quiso volver. En las pocas visitas que hacían avisaban con semanas de antelación, por lo que daba tiempo a prepararlo todo, como ocurría mientras vivía su marido, Ferencz, que gracias a sus largas ausencias para luchar en la guerra, tenía tiempo de sobra para hacer cuanto quería.



Pál Nádasdy 


Su hijo Pál también tenía la vida solucionada, desde que murió su padre, fue nombrado Gran Oficial del condado de Eisenburg. Estaba prometido con Judith de Forgách, procedente de una de las familias más importantes de Hungría.



Judith Révay de Forgách, esposa de Pál Nádasdy


El clérigo del pueblo, el anciano András Berthoni, de unos setenta años, llevaba muchos años sospechando. Pero él era quien más atemorizado estaba por lo que allí ocurría, además de tener pavor a los gatos negros, estando el castillo de Erzsébet a rebosar de éstos, traídos por Darvulia.

Al principio la Condesa en persona, entraba en plena noche a la parroquia, despertando al anciano y le ordenaba enterrar a algunas sirvientas muertas, éste lo iba anotando todo en un Diario: "Ayer por la noche tuve que dar cristiana sepultura a varias chicas, fallecidas en el castillo de la Señora". 

"Anoche tuve que salir precipitadamente a bendecir parcelas de campo donde algunas mujeres serían enterradas".

"Hoy he vuelto a enterrar a nueve muchachas del castillo, cuyo óbito, según parece, se ha debido a una enfermedad misteriosa.".

Todo esto y más notas más detalladas y reveladoras quedaron a disposición del pastor que le sustituyó no mucho tiempo después, János Ponikenus, quien supo que la cripta de Csejthe no admitía nuevos cadáveres, mientras los campos de alrededor se iban llenando de cuerpos sin vida procedentes de habitantes del castillo. 

La Condesa en una ocasión al volver de un viaje de Presburgo hizo llamar a su cuarto a Berthoni, otras tantas muchachas habían muerto en ausencia de Erzsébet, maltratadas por Dorkó. El pastor recibió las siguientes instrucciones:
"No me preguntes ni por qué ni cómo han muerto. Esta noche, cuando todos en la aldea duerman, entiérralas en secreto. Haz fabricar los féretros al por mayor; los meterás en la tumba de Országh."

A Berthoni aquello le pareció demasiado alarmante, lo redacto todo en una carta sellada y la escondió entre los documentos de la parroquia para que fuera encontrada por su sucesor.

Tanto el antiguo como el nuevo pastor no les parecieron normales todos aquellos funerales y que además las enterradas siempre fueran chicas del servicio, nunca ningún barón, nunca una anciana. 

Ponikenus llegó a Csejthe en 1608, cuando los crímenes eran más intentos y frecuentes. Erzsébet enterraba algunos cadáveres por la iglesia, otros los quemaba directamente en sus chimeneas, el olor que de ahí provenía era terrible y otros cuerpos eran enterrados por sus ayudantes en los patios y alrededores del castillo.

Erzsébet daba al pastor Berthoni una recompensa por sus servicios y "silencio" que consistía entre ocho y diez florines de oro anuales, más de cincuenta quintales de trigo y diez toneles de vino. 
A Ponikenus le recompensó mejor, pues era nuevo y tenía mucho que callar, pero él ya había leído aquel diario con todas aquellas sospechas y horribles enterramientos. 

La Condesa se dio cuenta de que no sería tan dócil como el antiguo pastor, de hecho a él no le mandaba a subir al castillo para oficiar ninguna ceremonia, ni si quiera en festividades del calendario cristiano. Tampoco ella bajaba como hacía antaño, a la pequeña iglesia del pueblo en fechas significativas. Vivía recluida en el castillo y si se movía viajaba de noche de forma furtiva.

En una ocasión, Erzsébet mandó preparar a Darvulia una cesta de sus famosos pasteles venenosos, y se la envió a Ponikenus, una campesina se los llevó, éste que era muy listo, supo inmediatamente que la Condesa lo veía como una amenaza porque sabía demasiado, echó los pasteles a su perro que murió presa de una terrible agonía.

La relación de Erzsébet con la iglesia se rompe cuando hartó de ver tantas y tantas chicas destrozadas y oficiar sus ceremonias de entierro. El punto y final de sus servicios a  Erzsébet llega cuando ordenan  al pastor oficiar el funeral con todos los honores, de Ilona Harczy, cantante a la que la Condesa decide torturar en Viena y llevar a Csejthe mutilada, herida de muerte. Cuando encuentran el cadáver es imposible negar que ha sido torturada, por eso y los anteriores y frecuentes entierros de otras jóvenes, Ponikenus se planta y finalmente se niega a oficiar ningún otro entierro.
Erzsébet solo le dice que no se meta en sus asuntos y ella no se meterá en los de su iglesia.

A Ponikenus no le faltan ganas de contarlo todo, piensa en escribir a Elías Lanyi, pero visto el incidente de los pasteles, si interceptan la carta la Condesa pedirá su cabeza. Quiso ir personalmente a quejarse a Presburgo, fue detenido cerca de Trnava, antes de la casa de la aduana. Erzsébet tenía espías, tanto sirvientas como mujeres a sueldo en diferentes aldeas, por lo que no se le escapaba nada. Kardoska era la más eficaz, era una borracha y solo tenía que recorrer los caminos mendigando, entrando en las casas se enteraba de todo. 

Otras espías eran Barnó, Horvath, Vás, Zalay, Sidó, Katché, Barsovny (que era de buena familia a diferencia que las demás), Seleva, Kochinova, Szábo, Öetvos...todas ellas sabían el destino de las jóvenes que ellas mismas llevaban a casa de la Condesa, pero no les quitaba el sueño.

Con tantos impedimentos y vigilancia, Ponikenus calló hasta el momento del proceso.



Se disparan las alarmas:



 Erzsébet ha cometido un gran error, ha elegido a jóvenes cuyas familias echarán de menos y no aceptarán sobornos, pues les sobra el dinero. Todos los años anteriores sus víctimas eran muchachas extremadamente pobres que soñaban con una vida mejor, y sus padres así querían creerlo, pero en este caso, al entrar las veinticinco muchachas en el castillo y los padres no obtener respuesta alguna de ellas, las alarmas saltan, todos miran a la Condesa.

 Las nuevas denuncias se acumulan con las que ya existen de otras familias más pobres, más un sin fin de rumores, el Rey Matías decide por fin comprobar si todos esos rumores son ciertos y que ha sucedido con aquellas chicas que han entrado en el castillo y de las que nada se ha vuelto a saber.
Entre las denuncias destacan la de uno de los Zémans, Niláievá, mandó a su hija Doricza con la Condesa y nada más se supo de ella. Otra denuncia de peso es la de uno de los novios de las campesinas, que viaja a buscar a Pál Nádasdy para pedir por favor que le digan que ha ocurrido con su novia, este no consigue hablar con Pál, pero si con su tutor, que escucha y apunta todo lo ocurrido.



El Rey Matías II de Hungría


Matías II decide enviar una comisión investigadora a Csejthe, el lugar donde la Condesa vive la mayor parte del año.
A principios del 1610 el Rey elige como líder de la expedición al primo de Erzsébet, el conde György Thurzó, nombrado palatino tan solo dos años antes. Quizá los el romance que mantuvieron hace años (del cual se conservan cartas en latín y húngaro en el que se invitan mutuamente a visitar sus respectivos castillos), Thurzó defiende a Erzsébet, alegando que todo es fruto de la envidia y los rumores de gente con mala idea.

Para comprobar dicha afirmación, aprovechando que todos deben de viajar a Presburgo, capital de la Alta Hungría donde se llevan a cabo las sesiones parlamentarias, Thurzó avisa a Erzsébet de que se alojaran en Csejthe, Rey Matías incluido. En un buen lugar para descansar ya que se encuentra a mitad de camino. El gobernador solicita que se organice una fiesta para celebrar la Navidad.




Continuará…




Bibliografía:






Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.


Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.


Imágenes procedentes de wikipedia.org y de http://galleries.santiagocaruso.com.ar

jueves, 14 de abril de 2011

Erzsébet Báthory 6ª Parte



Máscara de pobre viuda:


Si bien es verdad que al quedarse viuda, Erzsébet llevó a Darvulia a su casa, comenzó a tomar cada vez más drogas y mandó a sus ayudantes que le trajeran más doncellas de cualquier lugar para sus torturas, siguió guardando las apariencias e iba  Viena de vez en cuando, a aquellos bailes que adoraba en su juventud y que ahora comenzaban a no importarla y hasta aburrirla. 

Para asistir a aquellos eventos intentaba acudir lo más atractiva e impecable que podía. Perfumaba sus guantes en ámbar, ella se bañaba en agua de azahar y canela. Usaba fragancias para su piel de glicinias o lavándula, lucía su falda saboyana de terciopelo color granate, decorada con perlas, de la que sobresalían unas enaguas de tisú dorado, chapines en los pies, el cabello siempre lo llevaba recogido en su redecilla de rombos, cubiertos de brillantes. Aunque era baja de estatura, calzaba unos grandes tacones que escondía bajo los pliegues de su larga falda de terciopelo, caminaba erguida como un junco pareciendo bastante alta. 

Llamaba la atención ya que se veía muy hermosa y espléndida, pero todo aquello a comparación de sus oscuras noches, la tenía muy aburrida.



Elizabeth Báthory


En su juventud  le agradaban y mucho aquellas fiestas, participaba en los juegos y bailaba en demasía, para gusto de muchos demasiado rápido. Con todo ese traqueteo sudaba y su maquillaje debía ser retocado, entonces requería de los servicios de una vieja criada que llevaba muchos años con ella, se llamaba María Szelenká. La tarea de la anciana era meterse en la boca el polvo triturado de rosas, colocando su cara muy cerca de la de Erzsébet y soplaba con fuerza. Esto se realizaba de forma muy discreta donde solo estuvieran ellas dos, ocurría entre tres y cuatro veces por noche. La anciana falleció por su avanzada edad a sobre el 1600. 

La Condesa se dio cuenta de que perdió a su "aspersor" personal. Otras criadas intentaron sustituirla pero terminaron abofeteadas, algunas porque no esperaban a que la Condesa cerrase los ojos y salpicaban aquellos polvos en los ojos abiertos, otras por qué escupían ligeramente, otras no atinaban a la zona terminando los polvos en el cuello o la frente en lugar de la nariz y pómulos. Erzsébet se dio cuenta de que nadie realizaba aquella labor como la vieja Szelenká. Finalmente la Condesa participaba muy poco en las fiestas, por lo que no veía necesario renovar su maquillaje a lo largo de la noche.


Al llegar la hora de los banquetes, en lugar de llenarse la cara de comida y grasa como muchos comensales, ella sabía trinchar viandas y hacía un correcto y perfecto uso del tenedor. Le gustaba ver las servilletas puestas en forma de cogollos de col, manzanas o peras. No le gustaba nada la comida en abundancia que se servía en las fiestas, en realidad la asqueaba ver como la gente engullía como si no hubiera comido en días, como comían con los dedos y se sonaban la nariz con las servilletas.




Isabel Báthory

En las mesas se podían ver alimentos como: espaldas de corzo, aves confitadas, pasteles, pecho de cabrito relleno, biércola, jamón de jabalí, asado de ternera, torta de ternera, cangrejos de río, pavo, gallina, carne de buey y ciprinos, torta de higos, lucios, congrios, alcachofas, albóndigas, ternera en adobo, lechón, pies de cerdo y toda variedad de exquisitos postres, entre los que había multitud de melones. La Condesa soportaba aquel espectáculo de risas, eructos y hasta vomiteras, como buenamente podía. Con el tiempo acudía cada vez menos a aquellas fastuosas fiestas, las apariciones justas para acallar las sospechas y rumores que cada vez eran más y dar la imagen de viuda desamparada.


De hecho, cuando tuvo que vender algunas de sus muchas pertenencias para salir a delante, solicitó  anteriormente en varias ocasiones, por carta y en latín, bienes y favores al primer ministro, se dirigía a Ruprecht Ellinsky, consejero de Matías II, fechada el 28 de julio de1605, apenas un año después de quedar viuda. La carta es escrita desde Sárvár y aún puede encontrarse en los archivos de Viena. Como nunca obtuvo respuesta, finalmente se vio forzada a vender algunos de los muchos castillos que poseía y que luego echó de menos.






Imprevistos y fallos:



El declive de Erzsébet Báthory fue llegando de forma progresiva, aunque no dejaba testigos el volumen de sus carnicerías hacía difícil no dejar pruebas, por no mencionar a muchos de los familiares de aquellas chicas, que aunque estaban muertos de miedo, seguían solicitando volver a ver a sus hijas o hermanas, aunque fueran sobornados con monedas, comida o pieles. Algunos intentaron que se hiciera justifica, y esto llegó a oídos de Megyery el Rojo, tutor del pequeño Pál, no obstante conoce la posición de la Condesa, lo que le obliga a ser prudente y a esperar a más testimonios y detalles.

Al poco de quedarse viuda su hija Anna avisó a su madre con algunos días de antelación que iría a visitarla junto con su marido al castillo de Pistyán, famoso por sus baños de lodo y agua de manantial. Todo un contratiempo para la Condesa, que por aquella época ya contaba con Darvulia y tenía encerradas en los calabozos a decenas de jóvenes.

Nada más recibir el mensaje de su hija mandó a Dorkó reunir a las muchachas que tenía previsto utilizar en las próximas noches y esconderlas en un rincón del castillo al que nadie se acercaba.
Luego una vez más, apareció aquella máscara con su hija y su yerno, que consistía en dar lástima y en conceder todos los deseos que éstos podían solicitarla, a modo de ser la mejor anfitriona posible. Organizó banquetes y bailes, perfumó todas las habitaciones con aceites y se daban aquellos baños medicinales al atardecer.

Dorkó que era malvada hasta la nausea, no dio de comer a las muchachas secuestradas en los ocho días que llevaban en el castillo los invitados, además por la noche, cuando hacía frio, las sacaba al patio, las echaba agua y volvía a meterlas en aquel rincón escondido a consecuencia de esto algunas chicas murieron, y a Dorkó no se le ocurrió nada mejor que ocultar a los cadáveres debajo de una cama en uno de los cuartos. En pleno mes de septiembre los cubrió con pieles para que nadie pudiera sospechar, aunque fingió llevar comida a las prisioneras para que la Condesa no se enterara de que las había matado de hambre y frio. El olor naturalmente era insoportable y a Dorkó le costó dios y ayuda convencer a un criado que enterrara los cadáveres descompuestos. Llegó el momento de partir y la Condesa reclamó sus muchachas, las pocas que quedaban estaban demasiado débiles para ir de viaje, Erzsébet recriminó a Dorkó su comportamiento, ¿Como osaba privarle de diversión en su carroza para su viaje de vuelta a Csejthe?
Finalmente cogieron a la que menos débil estaba y la metieron en la carroza, aunque no sobrevivió aquel viaje.

Como "castigo" Dorkó se quedó en Pistyán para deshacerse del resto, se le ocurrió echarlas en los fosos que rodeaban el castillo, los cuerpos salieron flotando y tuvo sacarlos de ahí rápidamente y buscar otro sitio, después de mucho pensar decidieron enterrarlas, aunque no muy bien, pues el perro de Miklós Zrinyi, yerno de Erzsébet, le llevó a su amo en la boca un trozo de carne con hueso de alguna de aquellas chicas, Miklós que ya tenía una opinión dudosa de su suegra, con aquello no sabía que pensar, quedó horrorizado y se lo contó al tutor de Pál, que a su vez se lo contó al consejero del rey y a Thurzó, la cuerda se tornaba cada vez más contra Erzsébet. 

En Viena los frailes agustinos que vivían al lado de la siniestra mansión de la Blütgasse escucharon gritos durante noches enteras, y vieron las calles llenas se agua ensangrentada, les dijeron que provenían de animales pero no lo creyeron, distinguían bien los gritos humanos, se quejaron en varios ocasiones, las quejas con el tiempo llegaron a sus superiores y al primer ministro, que ya tenía algunas otras de campesinos y de Mygery el Rojo. Pasaron allí los años y los rumores hubieran sido más o menos olvidados si la Condesa no hubiera cometido el fallo de volver a la casa Harmish para seguir con sus siniestros rituales nocturnos, aunque bien es cierto que en Viena hasta los nombres la temían y guardaban gran respeto y hacía ya muchos años que la llamaban die Blutgräfin - la Condesa Sangrienta.

En 1607 fue invitada a la boda de la hija de Thurzó, este recordó las acusaciones con las que contaba la Condesa, pero al verla personalmente con tan brillante aspecto, pensó simplemente que podían ser habladurías, solo se trataba de una mujer viuda y solitaria, que daño podía hacer. Le extrañaba que sus hijos no vivieran con ella, aunque al ser normal en la época, lo dejó correr, pues no tenía ninguna prueba, física, solo aquel testimonio del aterrado yerno de Erzsébet y alguna queja de los padres, campesinos, que reclamaban a sus hijas desaparecidas.

En septiembre de 1609 una niña de doce años llamada Pola consiguió escapar por un breve espacio de tiempo, esto ya había ocurrido con otras muchachas, pero el destino de estas fue muy similar al de Pola, algunas murieron de la llamada muerte por agua, otras azotadas y el destino de Pola en concreto, fue el siguiente. Dorkó y Jo Ilona la encontraron y apresaron cerca del ayuntamiento, escondida en un carro de harina volvieron a llevarla al castillo de Csejthe.

Fue llevada a los calabozos aquella noche e introducida en la jaula que estaba forrada por dentro de afilados pinchos, con la cuerda fue elevada, y el enano Ficzkó zarandeaba la jaula con las cuerdas, mientras otra ayudante de la Condesa pinchaba con un hierro afilado desde abajo a la niña, para que se moviera y clavara las púas de la jaula. El tormento de Pola duró horas, y termino cuando solo quedaban sus pedazos esparcidos por el suelo.



Sin miedo de nadie:



En aquella época el asalto de bandidos a las carrozas en medio del bosque era habitual, esto para Erzsébet no era un problema, ya que ella no temía a nadie y todo podía conseguirlo, intentaron robarle en varias ocasiones cuando hacía sus frecuentes viajes de un castillo a otro, pero jamás lo consiguieron, la escena normalmente era esta:

Viajando dirección a Bicsé sin sus guardias acompañándola, le asaltaron varios bandidos. Eran cinco hombres bien armados, la servidumbre entró en pánico, Erzsébet asomó la cabeza por la ventanilla y dijo con tranquilidad: -Infeliz. Llevo aquí, en mi cintura, una daga que ha cortado más cuellos que los años que tú puedas tener, y muchísimos más de los que aún te quedan de vida, créeme..., hablaba sin parpadear, taladrándolo con la mirada, prosiguió -Si osas dar un paso al frente, uno solo, ten por seguro que tu cuello también vendrá a engrosar la lista de mi daga...

El bandido forzó una sonrisa pero parecía dudar, normalmente las víctimas no se revelaban. Observó de nuevo la carroza y viendo todas las riquezas que podía haber allí hizo gesto de atacar.
- ¡Quieto dónde estás! gritó Erzsébet. -No sabes a quien te enfrentas, ni sabes que les ocurrirá a ti y a los tuyos, da igual donde os escondáis, si os atrevéis a rozar mi ropa. Dijo su nombre y también el de su marido.

El hombro, confuso, miró a sus compinches, la Condesa continuó diciendo: -Quien me mira a los ojos más de un minuto, y tú ya lo has hecho, perece sin remedio. Debes saberlo, a pesar de ello, sabiendo la vida triste que sin duda lleváis, consiento daros unas monedas. Id y olvidad esto. Añadió sin dar tiempo a reaccionar a los ladrones: -  En lo sucesivo, estúpidos, procurad elegir mejor a aquellos a quienes pretendéis abordar...

Le tiró con desdén unas monedas de plata sobre la hierba, había guardado su maravillosa daga y volvió a subir a su carroza. El bandido cogió las monedas e hizo gesto de gratitud, a lo que Erzsébet chillo agitando la mano: -¡Largo de aquí, que apestas!

Al instante los ladrones se fueron corriendo, pero Erzsébet no cumplió su palabra.

Cuando llegó a Csejthe, hizo llamar al jefe de la guardia de los haiducos (sus soldados personales). Le contó lo sucedido, muy indignada, el jefe le respondió que era una imprudencia salir sin escolta, a punto estuvo de golpearle la Condesa con su vara de fresno, pero se reprimió.
- Quiero que ahora mismo salga un grupo de veinte hombres en busca de esos canallas que ni mi carroza reconocen. Quiero sus cabezas aquí antes de una semana. ¿Entendido? Sus cinco asquerosas cabezas en sacos. Yo misma las miraré por si intentas engañarme. Recuerdo bien sus rostros. Terminó la petición, transformada en amenaza, con una recompensa si cumplía el encargo, si no lo hacía...el bien sabía lo que podía ocurrirle a él o su familia. - Tendréis lo que pedís, Señora - dijo brevemente el jefe de la guardia haciendo una reverencia. Erzsébet dio una excelente descripción de los bandidos y de donde había sido abordada.

La Condesa amenazaba por igual a hombres que mujeres, si bien para sus enfermos fines solo le servían exclusivamente niñas.



Restos de bondad:



Ya hemos comentado cual era el séquito de la Condesa, sus nombres y apariencia, de la única que no hemos hablado mucho ha sido de Katalin Beniezky (o Katalyn Benieczy ), ella era la única persona buena entre todos esos "monstruos", aunque es verdad que absolutamente todo el séquito de Erzsébet, junto con los soldados y sirvientas, estaba amenazado de muerte, si alguien se iba de la lengua y llevaba la contraria a la Condesa, ella siempre decía lo mismo: "No podrás esconderte, haré que te encuentren por muy lejos que vayas y serás asesinado junto con tus seres queridos".

Kata estuvo al servicio de la Condesa desde sus inicios y está siempre la tuvo aprecio, al igual que aquella anciana que la maquillaba en Viena, Kata la lavandera, destacaba por qué planchaba de forma impecable, eliminaba las machas más difíciles de la ropa, y como no, limpiaba mejor que nadie los restos de las "carnicerías" de Erzsébet. Kata se veía obligada a viajar de un castillo a otro para limpiar todo aquello que se la demandaba, siempre que podía daba de comer a las desdichadas muchachas y les daba agua, de esto se enteró un día la Condesa y no le gustó nada.
- Mil fiel y buena Kata...- Le dijo con tono amable Erzsébet. - Deja el cubo en el suelo y atiéndeme...-
- Si se te ocurriera contar algo alguna vez, sabes que no sólo perderías la lengua - La Condesa sonrió como lo hacía ella, dando auténtico miedo.
- Eso sería sólo lo primero que perderías. Yo misma te arrancaría, uno a uno, hasta el último miembro de tu cebado cuerpo. Lo haría con mis propias manos, Lo sabes, ¿verdad?
 Kata afirmó con la cabeza sin decir nada.
- Así es como debe obrar mi lavandera favorita, a la que saqué del arroyo y la indigencia, y por cuya salud y la de sus bonitas hijas, tanto me he preocupado durante estos años...-

La lavandera comprendió que no solo le haría daño a ella sino también a sus hijas si se le ocurría contar algo, huir o similar. Sus hijas se habían casado no hace mucho y se fueron lejos hacía unos seis meses. Antes de salir del cuarto, la Condesa agregó:
- Aunque esas adorables criaturas estén en un remoto confín de nuestros dominios, bastaría que hiciese chasquear los dedos de una mano para que cualquiera de mis primos las buscase hasta los confines de la tierra y me enviara sus lindas cabecitas en un saco, para que se las diéramos a los perros.-

Kata rompió a llorar, quería suplicar a Erzsébet pero esta no se lo permitió y abandono la habitación. Nos podemos hacer una idea bajo qué condiciones estaban todos alrededor de la Condesa.

En una de las ocasiones en las que Kata fue sorprendida dando de comer a las prisioneras, Erzsébet la hizo llamar a su cuarto y fue mordida en el hombro.

Aún poniendo en riesgo su vida, ella seguía ayudando a aquellas muchachas en lo que podía, era demasiado duro limpiar cada noche toda aquella sangre, vísceras, trozos de labios y otras partes del cuerpo..etc...

Así que cuando podía, a escondidas, daba abrigo y comida a las prisioneras, y se cuenta que en alguna ocasión salvó a alguna, sacándolas junto con otras que estaban muertas, su estado era realmente moribundo, pero se cree que alguna sí que consiguió escapar, pero que no se supo nada más de está por que a la más mínima señal, con tantas espías de la Condesa, sabía el destino que le deparaba si volvían a encontrarla.



Continuará…




Bibliografía:






Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.


Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.

Imágenes: wikipedia.org

jueves, 7 de abril de 2011

Erzsébet Báthory 5ª Parte

Advertencia: las partes cuarta y quinta de este relato, son especialmente explícitas y sangrientas, no recomendable para gente sensible, si es vuestro caso, pasad directamente a la sexta parte, gracias :)

Profundizando en el personaje:



- Detalles escabrosos de su naturaleza cruel y dañina:



La maldad de y crueldad de Erzsébet se hace notar desde su niñez, si bien algunos niños y más de la nobleza tienen la mano larga y golpean por igual a familiares y criados, la pequeña Erzsébet va más allá, en muchas ocasiones se queda a poco de provocar una desgracia. Sus juegos dejan de serlo cuando por ejemplo, en invierno reta a sus primos a carreras en trineo, estos viéndola tan pequeña e indefensa, piensan que ganarán la carrera sin problema, cual es su sorpresa cuando van colina abajo, la niña les embiste con fuerza y saña, con intención de arrojarles por el acantilado, la pequeña ríe y cuando la regañan dice que no era su intención causar daño, pero al rato vuelve a hacer de las suyas. Un par de primas suyas tuvieron heridas de considerada gravedad por caer de sus trineos al hielo por los empujones de Erzsébet, así pues, tanto los primos como su alrededor, temen a Erzsébet como la peste.

También se dedica a destrozar y matar de forma horrible a cualquier animalillo que lleguase a sus manos.

Otra de sus "bromas" que dedicaba a sus primos era la siguiente:

 Coqueteando en el campo, cogía con cuidado una peonía silvestre de su rama. Una variedad similar a la rosa, que tiene espinas en su tallo. Ella que tenía mucha práctica, cogía la planta sin pincharse, y se la entregaba con fingida timidez al primo que estuviera con ella, ellos cogían la planta con fuerza, y naturalmente de sus manos manaba la sangre. Entonces Erzsébet, según reaccionaran ellos, a veces reía burlona y otras fingía arrepentirse. No se sabe si tuvo intención de lamer la sangre que salía de las heridas como haría en sus juegos más adelante. Uno de sus primos, de salud delicada, se le infectó la herida y estuvo a punto de morir.

A sus primas también les dedicaba "bromas" de lo más especiales:

Cuando celebraban la Natividad en el castillo de Erdöd, Erzsébet hizo por última vez algo que ya había hecho anteriormente con resultados que le encantaban. Cogía de debajo de las piedras una escolopendra, un gusano de muchas patas, que es tan largo como una mano abierta, sabía cogerlas de forma que no la picasen pues eran muy venenosos, agarrando la cabeza y la cola con delicadeza. Una de sus primas Somlyó estaba distraída, Erzsébet se la acercó por detrás y le dijo: "Si quieres que te ponga un bonito collar, cierra los ojos". La prima, emocionada, cerró los ojos y movió la cabeza de forma afirmativa. "De acuerdo, te lo regalo" respondió Erzsébet mientras acercaba al cuello de la niña aquel repugnante gusano. Se lo colocó rodeando el cuello, la mala suerte hizo que la escolopendra fuese escote abajo, provocando un ataque de nervios en su prima. Erzsébet fue duramente castigada por ello, pero no le importó lo más mínimo.
Rosas silvestres con espinas para sus primos, collares de gusanos para sus primas, así es Erzsébet, cruel y malvada desde sus más tiernos inicios.


Ya mencionamos su rebeldía de adolescente, en una ocasión, habló de forma muy poco respetuosa en público, su suegra la corrigió pero Erzsébet no estaba por la labor de pedir disculpas y siguió con su insolencia, finalmente aún siendo Orsolya Kanizsay (también escrito Orsolya Kanisky) una mujer muy piadosa, propinó un bofetón a Erzsébet que tenía unos catorce años, ésta se la quedó mirando sonriente, desafiante, la pobre mujer se contuvo para no darle un segundo bofetón simplemente le dijo: ¡Eres una salvaje! la adolescente seguía sonriendo, Orsolya solo articuló a decir: Vete..Vete... y la mandó a su habitación durante dos días para que meditara y también ordenó a los criados que no le hablaran. 

Erzsébet llena de orgullo recogió las enaguas de su falda para no hacer ruido y se dirigió a su cuarto.
Esto para la adolescente lejos de un castigo fue una bendición, comentaron a Orsolya que Erzsébet dijo de sus labios que aquellos dos días habían sido los más felices de toda su vida, la pobre mujer solo puede echarse a llorar. 
Cuando le comenta eso a Ferencz añade: Sé que es muy bella y la quieres, pero no olvides nunca que te casas con una fiera..., su hijo solo le responde... Madre, es como todos los Báthory... 


Al ir creciendo cambio sus bofetadas, puñetazos etc., como castigo de faltas graves, a fuertes golpes con una vara por detalles insignificantes, la costumbre de arrancar y masticar pedazos de carne de los hombros de sus sirvientas la tuvo desde su niñez hasta su muerte.


También como ya comentamos, evita tener hijos para dar a su suegra el placer de tener un nieto entre sus brazos.


  
Erzsébet Báthory, alrededor de 26 años.


- Bisexualidad:
 En los aposentos de Erzsébet:


En la época de la Condesa, la bisexualidad, la brujería, el vampirismo, costumbres o ritos satánicos, son motivo de condena y muerte, no obstante, tener un apellido con tremendo poder, a menudo da privilegios que anulan las leyes, como es este el caso de los Báthory.

Desde joven, alrededor de veinte años, se podía sospechar en ocasiones de las inclinaciones de Erzsébet por su comportamiento, relato a continuación un par de situaciones que nos dan pistas y además detalles de su comportamiento y obsesión por la sangre desde muy joven.

Una tarde en el castillo de kolozsvar, la Condesa como de costumbre, se aburría muchísimo, las horas pasaban con demasiada lentitud, eso le atacaba los nervios. Una costurera, sin prestar atención, cosía en sus faldones y mangas. A la vez esa costurera iba hablando con otras criadas. Erzsébet simulaba oírlas, pero en realidad estaba muy atenta...Se produjo la distracción y el pequeño desliz terminó en un pinchazo en la mano de Erzsébet. La costurera inmediata se disculpó, después surgió la alarma, todas temían los castigos de la Condesa. Habían visto los mordiscos, bofetones, gritos, amenazas y varazos con su preciado bastoncillo de tejo.
Pero no ocurrió nada, sino al contrario. Lo que incrementó el temor de la costurera, Erzsébet se quedó dijo palabra, con su mirada clavada en el suelo. La joven costurera lloró e intentaba excusarse. Una mirada de Erzsébet bastó para que su llanto se silenciara, se puso muy pálida. La Condesa seguía sin mediar palabra, sin quejarse ni protestar, tenía el brazo suspendido en el aire, y los ojos mirando a la mano que había recibido el pinchazo. Otra costurera temiendo lo que aguardaba soltó un intento de ayudar a su compañera, los ojos de Erzsébet se posaron en ella e inmediatamente también cerró la boca.
Ésta e colocó cerca de la ventana para iluminar mejor la diminuta herida de su mano, que tenía paralela a su rostro, observando la gota de sangre que manaba del minúsculo pinchazo.
Finalmente dijo a la costurera que la había pinchado: Ven
A penas se la escuchó. La chica rompió a llorar, tenía terror a los golpes, un codo la empujó hacía su dueña. Era preferible aceptar el castigo rápidamente que hacerla esperar y enfurecerla más aún. 
La costurera solo alcanzó a decir: Lo siento, señora, lo siento...
Todas sintieron un miedo atroz cuando vieron a la Condesa ponerse pálida, y hacer una extraña pregunta.
- ¿Tienes hambre?, preguntó, todas se miraban unas a otras, atónitas.
La costurera que ya sabía cómo se las gastaba Erzsébet dijo inmediatamente que no y siguió pidiendo perdón, bien temía que la hiciera comer dos o tres manzanas hasta atragantarse.
Erzsébet volvió a mirarse la mano, se fijó en el surco que había dejado la gota de sangre al desplazarse, sin moverse de su sitio, extendió el brazo hacia donde se encontraba la costurera, y en tono imperativo dijo: - ¡Lámela!
La costurera no dijo nada, ninguna otra sirvienta tampoco, Erzsébet amenazó de nuevo a la joven y coloco su mano a la altura del rosto de la asustada chica. Finalmente Irina, que así se llamaba la costurera, lamió la sangre, cerró los ojos de asco, Erzsébet también los cerró, probablemente de placer.
 A continuación la Condesa pidió que las dejaran solas, Irina solo podía temblar de miedo.
Erzsébet mandó acercarse a la joven, el motivo no era otro que arrearle tal bofetón que el rubio moño de la muchacha quedó deshecho y su cara fue magullada, brotando levemente algunos hilos de sangre.
Al ver la sangre en la cara de su criada, la expresión en la mirada de Erzsébet fue de paz., al apartar un poco la cara, dio a entender que no la golpearía más, la joven caminó hasta la puerta. Pero volvió a mirarla, pero no miraba a la cara, sino a la sangre que brotaba de la mejilla. La Condesa dijo no inusual dulzura en su voz:  - ¡Espera!, tenía intención de decirle algo pero lo pensó mejor y guardó silencio. Cuando la Irina miró por última vez hacia la ventana antes de abandonar la habitación, vio como la Condesa la miraba, sonriente, con la cabeza ladeada, ésta le dijo con voz sinuosa: - Eres dulce. 
Irina y el resto de criadas que la esperaban en la puerta no creían todo lo que acababa de ocurrir.

Irina Smoriesvsky era hija de campesinos, tenía dieciocho años y desapareció de la noche a la mañana, esa desaparición corrió como la pólvora tanto en sus criados cercanos como los que tenía siempre en Viena.
Cuando preguntaron el motivo de la desaparición de la joven, Erzsébet solo dijo que se fugó por cuestión de amores. Irina estaba interna y no tenía tiempo para novios ni se la había visto con ningún chico. La costurera murió a manos de Erzsébet que estaba enfermamente enamorada de ella, asociado el dolor con el placer.


Se sabe también que por ejemplo, cuando se echaba la siesta, mandaba que la acompañaran dos sirvientas, y que a veces se escuchaban risas y jadeos.



Una tarde en Léká cuando le estaban peinando su larga melena (castaña, de niña fue teñida de rubia, cuando pasó los 20 se la hizo teñir de negro), Erzsébet recibió un fuerte tirón en el pelo, una de las sirvientas se había distraído mientras hablaba. La Condesa se quejó y la miró con odio pero no hizo nada mas, cuando de costumbre, todas esperaban un bofetón o unos cuantos golpes con la vara.
Erzsébet siguió embelesada mirando sus hermosos vestidos recién planchados, y sus sirvientas, que minutos antes reían y hablaban con recato en voz baja, ahora comenzaban a pelearse. Primero con carcajadas contenidas, y después sin ningún recato, una amenazó a la otra con un alfiler, quizás en ese momento Erzsébet se acordó de la escena con Irina y el alfiler, y dejó continuar a las criadas con sus juegos, divertida en apariencia.

De pronto, para sorpresa de su alrededor, se unió al juego. Las criadas alegres siguieron jugando, quizá hasta pensaron que teniendo una edad similar a la de su señora, esta también querría alegría y diversión.
Erzsébet cogió uno de los alfileres más largos que se utilizaban para coser los vestidos. Amenazó a una y a otra, todas reían.
Lo que pasó a continuación fue tan súbito e inesperado como sucedió antaño con Irina.

Sin perder su macabra sonrisa, pues en todo momento jugaba y parecía muy a gusto, se colocó detrás de la criada que le había dado el tirón en el pelo y le clavó salvajemente el alfiler en el brazo. La criada lanzó un grito de dolor. Se hizo el silencio, todas las risas desaparecieron en un instante. Todas estaban inmóviles, llenas de terror. La Condesa quiso ver bien de cerca la herida que acababa de provocar, la sangre brotaba de forma abundante. Todas pensaban que pediría disculpas, en lugar de eso, tuvo intención clavar el alfiler en el brazo sangrante de la chica que por fortuna tuvo buenos reflejos y se apartó lo suficiente para que solo le rozara el codo. Erzsébet soltó una carcajada que dejó heladas a todas las mujeres que estaban en aquella habitación. Mandó salir a todas las sirvientas a excepción de la que tuvo el descuidó y le tiró del pelo. Según cuentan, la Condesa la pidió perdón, aunque le recriminó su falta de atención al peinarla.

Miró a los ojos de la criada y se acercó a su oído, susurrándole algo, la chica negó con la cabeza, no se atrevía a hablar. Para tranquilizarla Erzsébet la acarició dulcemente el pelo y le volvió a susurrar algo en tono cariñoso. La chica parecía completamente aterrada, en los labios de Erzsébet podía leerse "por favor...por favor...”, mientras su cara iba acercándose a la herida. La criada apartó la mirada y no ofreció resistencia, ya había sido suficientemente amenazada por su dueña. Por favor...dijo Erzsébet de nuevo con los ojos cerrados mientras besaba la herida. Recorrió con su lengua la sangre, durante un largo minuto, la joven criada no entendía nada. La Condesa besaba y bebía aquella sangre tibia que se había extendido por buena parte del brazo. Cuando se apartó, tenía la cara completamente llena de sangre, luego ordenó a la chica se que fuera.

Su obsesión con la sangre ya había florecido rondando a penas los veinte años.






Castigos y torturas por hurtos:




Hay otra cosa que obsesiona a Erzsébet, y es el tema de los robos, la Condesa no soporta pensar, ni si quiera sospechar, que una sirvienta le robe cualquier cosa, ni si quiera una uva. La mayoría son paranoias de Erzsébet, ya que todas conocen como se las gasta y no osarían robarle nada sabiendo la suerte que correrán.

Una sirvienta que tomó un racimo de uvas para solamente arrancar una y comerla. La Condesa la azotó hasta que murió, gritando: "¿Tienes hambre, verdad? Pues come, ¡perra!". Sus ayudantes le dijeron que ya era suficiente, pero ella siguió azotando mientras la joven se desangraba, hasta después de muerta siguió golpeándola con ira.

Otra chica rubia, extremadamente guapa, corrió una peor suerte, fue sorprendida tocando unas monedas que había sobre la mesa. Como castigo le puso una moneda ardiendo al rojo vivo sobre su mano. El olor a carne quemada era insoportable, pero no termino ahí el suplicio. Decidió clavar aquella moneda candente en otras partes del cuerpo, y cuando la sirvienta se desmayaba, se le echaba agua en las heridas o se usaba el truco del papel empapado en aceite y lo hacían prender entre sus piernas. Cuando la chica ya estaba agonizante de dolor, la Condesa se puso sobre ella como si fuera un caballo y la estranguló con sus propias manos.

Cuando se trata de joyas la situación empeora mucho más. Nadie, excepto ella, puede tocarlas, cuando las sirvientas la ponen un collar, la Condesa no aparta la vista de éste ni un segundo.
En cierta ocasión, estaban la Condesa, Jó Ilona, Dorkó y Darvulia y Ficzkó en un rincón.
Habían hecho subir a tres chicas que habían llegado la noche anterior, a los aposentos de Erzsébet para que la divirtieran. Las emborracharon, estás reían, y una de ella vio un collar de perlas sobre la mesa, entre risas y danzas campesinas, se lo puso sobre el pecho, no lo abrochó, solo lo colocó levemente para ver cómo le quedaba. En cuanto Erzsébet la vio soltó un grito, se hizo el silencio, ordenó atar fuertemente a las tres chicas, desnudarlas y tumbarlas en el suelo. 
La Condesa cogió el atizador del fuego ignorando los llantos de las chicas, cuando el hierro estuvo lo más caliente posible, lo colocó sobre varias partes del cuerpo de la chica que había cogido el collar, los gritos de la chica retumbaban en la habitación, las otras dos estaban completamente calladas. 
A continuación la Condesa cogió un gancho de hierro enorme, que se usaba para remover los troncos, y lo puso al rojo vivo también, con aquella herramienta comenzó a darle golpes muy fuertes que desgarraban la carne por el gancho incrustado, y debía de zarandearlo para soltarse y volver a golpear otra zona, empezó por lo pies y fue subiendo, dejando el cuerpo destrozado, cuando llegó a la cabeza, la muchacha aún estaba viva, y se ensañó brutalmente. 
Le reventó la cabeza al segundo golpe y los sesos se esparcieron por el suelo, aún seguía golpeando la cabeza destrozada, haciendo trozos más pequeños, todos, hasta las ayudantes, se quedaron mudos de horror. Después ordenó quemar los restos de aquel cuerpo en la chimenea, seguía teniendo aquel gancho en la mano, se acercó a las dos chicas, y amenazándolas con este las dijo "¿Veis lo que ocurre cuando alguien intenta robarme una joya?"
Después aquellas dos chicas fueron llevadas a los calabozos, con el resto de chicas en "conserva" como llamaba la Condesa a las campesinas que tenía escondidas en diferentes castillos.

Su destino no fue mucho mejor que el de su compañera mutilada, les arrancaron los pezones con unas tenazas y se los hicieron tragar. Arrancaron otras partes de su cuerpo y levemente asadas, también las obligaron a engullirlas. Vieron como obligaban a pelear a muerte a otras chicas, prometiendo la salvación a la ganadora, aunque eso nunca pasaba, no había supervivientes jamás.



Origen de los cabellos de la Dama de hierro:




La semana anterior hablamos sobre una chica a la que Erzsébet hizo llamar que vivía a un mes de distancia, cuya belleza era mencionada en muchos pueblos, se decía que sus cabellos fueron usados para la Virgen de hierro, a continuación relataré con detalles el cruel y horrendo destino de aquella pobre muchacha.


Nada más escuchar sobre la belleza de virtudes de la joven Petra Kolinskáya, la hizo llamar, la joven que era muy trabajadora, aceptó la oferta aún sabiendo que estaba a un mes de viaje.
La Condesa en un principio había puesto a la joven en "su lista de espera" esto significa que estaría días en el calabozo con las otras compañeras, sin aire ni comida. Pero Erzsébet en aquel mes se impacientó, cuando la joven llegó a Ecsed por la noche, inmediatamente la hicieron subir a los aposentos de Erzsébet.
Perdió la paciencia con la joven y mandó que la ataran con correas, tumbada en el suelo. Luego la arañó y mordió por todo su cuerpo, mientras ella misma desnuda, se frotaba contra Petra que no paraba de chillar. Pero ahí no era como en Viena, no la escucharía nadie. Erzsébet harta de los gritos, aprovechó la boca abierta para introducir los dedos y estirar hasta desgarrar por completo la comisura de los labios, a lo que Petra chillaba más fuerte aún. Cuando la joven estaba desmayada de dolor, se cuenta que Erzsébet no paraba de besar aquella boca desfigurada. A continuación con sus afiladas uñas, le sacó los ojos, con éstos en sus manos, comenzó a recitar frases que ni sus propios ayudantes entendían. Estaban bastante sorprendidos, pues era la primera vez que veían a la Condesa atacar con tal saña y descuartizar con sus propias manos. Debían temerla más que a nadie.
Petra Kolinskáya fue enterrada en alguna fosa improvisada de Ecsed. Cuando Erzsébet volvió a Csejthe, dejó escrito en su diario: "Petra. Era muy baja".



Dominio de las drogas:




También hay que comentar que a base de la ingesta continua desde joven, de hierbas, setas y otras sustancias, Erzsébet se inmunizó y llegó a controlar sus capacidades motrices de forma precisa para desgracia de sus víctimas. Al principio de las ingestas apenas podía abrir los ojos, pero con el tiempo aunque torpemente, podía desplazarse y hasta dar órdenes, estar en trance a base de las diferentes sustancias y del placer a base del dolor era una parte importante de sus rituales.



Continuará…




Bibliografía:






Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.


Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.