jueves, 26 de mayo de 2011

Rasputín y los Romanov 2º Parte




Viajes y llegada a San Petersburgo:




Desde algo antes de casarse y después de su matrimonio viajó viviendo solo de la buena voluntad de las personas, visitó monasterios y se interesó por los rituales de algunas sectas, algo que le costó años después una acusación grave, aunque el siempre sostuvo que jamás se unió a ninguna secta y que las escasas relaciones puntuales que tuvo fueron puramente curiosidad. Una de esas sectas se llamaba khlysty (en español, jlystý), a Rasputín le llamó particularmente la filosofía de esta secta porque su fe era que la salvación se obtenía a través del dolor, esto implicaba también espectaculares ceremonias con orgías, lo que encantó a Rasputín, que nunca había sido muy fiel, y su esposa aún sabiéndolo, lo veía como algo natural.


Conoció al padre Macario, un ermitaño, él le dijo que el destino le deparaba algo singular, que sería un santo pero, que si no andaba con cuidado, sería un mártir, esta extraña predicción marcó a Rasputín.


También viajó durante dos años por deambuló por Tierra Santa y Grecia, lo que aumentó aún más su reputación a su regreso.


Rasputín a parte de enriquecerse mentalmente en sus viajes, creó a base de todos los ritos y creencias que había visto un estilo propio muy particular que causaría furor y le proporcionaría muchos adeptos, especialmente en el público femenino.



Finalmente aparece en San Petersburgo en 1903, dos años antes de conocer a la familia imperial, tiene 34 años y un aspecto más bien peculiar. Una melena negra, larga y grasienta, separada con una raya en el medio, una barba larga y descuidada, enredada con restos de comida. Su vestimenta no es mucho mejor, lleva un blusón que le llega hasta la mitad del muslo, un cinturón, botas altas que dejan ver un pantalón ancho.


Su higiene personal no es muy esmerada, cuentan que tenía las uñas negras y que pasaba días sin lavarse.






Una cicatriz cruza su frente, su nariz es grande y sus ojos realmente son profundos y penetrantes, muy pocos escapan a su mirada hipnótica.


En sus viajes ha obtenido renombre y recomendaciones que le serán muy útiles, como por ejemplo, la recomendación del obispo de Kazán que le abre las puertas de la academia de Teología, allí todos quedan maravillados con la fe ferviente del campesino. Ven a Rasputín como alguien capaz de transmitir la fe y hacerla llegar al pueblo de San Petersburgo. El campesino habla de forma iletrada y tosca, lo que le hace aún más creíble, dicen que por su boca habla el alma de Rusia.

El inspector de la academia teológica, llamado Teofán está encantado y decide presentarle al padre Iván Krondsadr, una eminencia con fama de santo, éste ofrece a Rasputín ir a vivir con él, un alojamiento acomodado, comida y le aconseja que se haga sacerdote ya que le abrirán todas las puertas. Grígori acepta todo menos lo último, él sabe perfectamente que no es capaz de memorizar y explicar los evangelios, otro asunto que quiere evitar es el de la castidad, está demasiado bien en su situación actual, con todo a su alcance.

De esa forma, Rasputín es llevado por su anfitrión, Teofán, y acompañado por otros dos sacerdotes llamados Hermógenes e Iliodor, a casa de un primo del Zar. Todos le reciben con una mezcla de asombro y entusiasmo.





Rasputín, Hermógenes, Iliodor 1905



Los asistentes se sientan rodeando a Grígori, este llega a abrumarse por tanta atención de gente de tan alta cuna, sabe que tiene que destacar entre otros religiosos, su vestimenta de por sí, marca diferencia, pero son sus actos lo que realmente le separan del resto. No lanza sermones como los demás, emite frases entrecortadas o sin sentido, invoca a Dios, hace que los oyentes le presten gran atención, cambia de tema sin vacilar, guarda silencio, da la espalda a los asistentes y reza al pie de la ventana, todos se quedan maravillados.

Al "evento" ha asistido Militza, princesa de Montenegro, practicante de brujería y fan del más allá. Grígori capta su atención, le fascina, escribe a la Zarina relatando su encuentro y asegurando que ha encontrado a la persona que podrá ayudarla. El problema de la Zarina no es otro que, después de cuatro partos, con cuatro niñas muy hermosas y sanas, el ansiado heredero no llega y la presión cada vez es mayor, ya que no faltan aspirantes al trono de Rusia.


Los zares, que ya habían acudido antes a charlatanes y supuestos curanderos no hacen más que llevarse desilusiones y ver como el heredero sigue sin llegar. Para fortuna de Grígori, casualmente Teofán es el confesor de la Zarina, habla maravillas de Rasputín, es un creyente honesto y además trae del monasterio de Verjoturie, un icono de San Simeón, la santidad de este es venerada en toda Rusia, con un regalo así, los zares no le ven como un hombre peligroso y convencidos por Militza y Teofán, acceden en recibir al famoso monje campesino.


Una tarde de noviembre en 1905, Rasputín entra al hogar de la princesa Militza, allí será presentado a sus majestades imperiales.






El encuentro con los zares y gran salto a la fama de sanador milagroso:





Para la ocasión aparece como siempre, su aspecto desaliñado, llama con total confianza "bátiushka (papá)" al Zar Nicolás y "mátiushka (mamá) a Alejandra, emperatriz de Rusia. Nada más verla detecta que ella es un manojo de nervios y que Nicolás es un hombre blando que parece pequeño al lado de su esposa.


Comenta con los zares su técnica para ayudar a la gente. Reza mientras piensa fervientemente en la persona desdichada a la que debe ayudar, sin saber el motivo, el señor le ilumina para dar respuestas a la persona que necesita la ayuda. Alejandra queda impactada pero Nicolás sigue reticente. La Zarina escribe en su diario "He conocido a un hombre de Dios, Grígori, de la provincia de Tobolsk".


Grígori pre-dijo el nacimiento del zar, y sin equivocarse, nueve meses después, nació el pequeño Alexei.


Once meses después del nacimiento del zarévich, Rasputín es invitado por segunda vez a tomar el té al palacio imperial. Nada más llegar, Grígori comenta la enfermedad del bebé (hemofilia) como si la conociera de toda la vida, los zares no comprenden como Rasputín conoce la enfermedad, la explicación es sencilla, ocho meses después del nacimiento del bebé recibió una carta de la princesa Militza que revela el secreto tan celosamente guardado.






Para asombro de los zares, aquel rústico campesino, curandero dicen, pide rezar junto a la cuna del niño. Rasputín al contrario que otros que intentaron curar al niño, no se acerca demasiado, ni le impone las manos, ni si quiera le toca, solo le observa y le mira con ternura, se arrodilla en la cabecera, agacha la cabeza, y reza con todo su espíritu, los padres del niño se emocionan. Nicolás escribe a su primer ministro (Stolipyn), su hija menor había sufrido hace poco un accidente grave:



"Este hombre de Dios causó una profunda impresión en la Zarina y en mi. En lugar de cinco minutos, nuestra conversación duró más de una hora. Tiene un enorme interés en conocernos y bendecir con el icono a vuestra hija herida"



La familia Stolipyn lleva meses sufriendo por su pequeña. Haciendo caso a la recomendación del Zar, invitan a Grígori. Al igual que con Alexei, Rasputín se coloca arrodillado junto a la cama de la niña y reza con total concentración, al día siguiente la niña milagrosamente ha dormido plácidamente y ya no grita de dolor. La noticia se expande como la pólvora por todo San Petersburgo.


Además de creer ciegamente en sus poderes como sanador, los zares creen que Rasputín es vidente por saber de antemano la enfermedad del pequeño Alexei.





Continuará...






Bibliografía:






Colin Wilson: El mago de Siberia.
Editorial Planeta, S.A... 1990.




Alejandra Vallejo-Nágera: Locos de la historia.
La Esfera de los Libros, S.L. 2007.




Imágenes procedentes de: wikipedia.org


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