jueves, 14 de abril de 2011

Erzsébet Báthory 6ª Parte



Máscara de pobre viuda:


Si bien es verdad que al quedarse viuda, Erzsébet llevó a Darvulia a su casa, comenzó a tomar cada vez más drogas y mandó a sus ayudantes que le trajeran más doncellas de cualquier lugar para sus torturas, siguió guardando las apariencias e iba  Viena de vez en cuando, a aquellos bailes que adoraba en su juventud y que ahora comenzaban a no importarla y hasta aburrirla. 

Para asistir a aquellos eventos intentaba acudir lo más atractiva e impecable que podía. Perfumaba sus guantes en ámbar, ella se bañaba en agua de azahar y canela. Usaba fragancias para su piel de glicinias o lavándula, lucía su falda saboyana de terciopelo color granate, decorada con perlas, de la que sobresalían unas enaguas de tisú dorado, chapines en los pies, el cabello siempre lo llevaba recogido en su redecilla de rombos, cubiertos de brillantes. Aunque era baja de estatura, calzaba unos grandes tacones que escondía bajo los pliegues de su larga falda de terciopelo, caminaba erguida como un junco pareciendo bastante alta. 

Llamaba la atención ya que se veía muy hermosa y espléndida, pero todo aquello a comparación de sus oscuras noches, la tenía muy aburrida.



Elizabeth Báthory


En su juventud  le agradaban y mucho aquellas fiestas, participaba en los juegos y bailaba en demasía, para gusto de muchos demasiado rápido. Con todo ese traqueteo sudaba y su maquillaje debía ser retocado, entonces requería de los servicios de una vieja criada que llevaba muchos años con ella, se llamaba María Szelenká. La tarea de la anciana era meterse en la boca el polvo triturado de rosas, colocando su cara muy cerca de la de Erzsébet y soplaba con fuerza. Esto se realizaba de forma muy discreta donde solo estuvieran ellas dos, ocurría entre tres y cuatro veces por noche. La anciana falleció por su avanzada edad a sobre el 1600. 

La Condesa se dio cuenta de que perdió a su "aspersor" personal. Otras criadas intentaron sustituirla pero terminaron abofeteadas, algunas porque no esperaban a que la Condesa cerrase los ojos y salpicaban aquellos polvos en los ojos abiertos, otras por qué escupían ligeramente, otras no atinaban a la zona terminando los polvos en el cuello o la frente en lugar de la nariz y pómulos. Erzsébet se dio cuenta de que nadie realizaba aquella labor como la vieja Szelenká. Finalmente la Condesa participaba muy poco en las fiestas, por lo que no veía necesario renovar su maquillaje a lo largo de la noche.


Al llegar la hora de los banquetes, en lugar de llenarse la cara de comida y grasa como muchos comensales, ella sabía trinchar viandas y hacía un correcto y perfecto uso del tenedor. Le gustaba ver las servilletas puestas en forma de cogollos de col, manzanas o peras. No le gustaba nada la comida en abundancia que se servía en las fiestas, en realidad la asqueaba ver como la gente engullía como si no hubiera comido en días, como comían con los dedos y se sonaban la nariz con las servilletas.




Isabel Báthory

En las mesas se podían ver alimentos como: espaldas de corzo, aves confitadas, pasteles, pecho de cabrito relleno, biércola, jamón de jabalí, asado de ternera, torta de ternera, cangrejos de río, pavo, gallina, carne de buey y ciprinos, torta de higos, lucios, congrios, alcachofas, albóndigas, ternera en adobo, lechón, pies de cerdo y toda variedad de exquisitos postres, entre los que había multitud de melones. La Condesa soportaba aquel espectáculo de risas, eructos y hasta vomiteras, como buenamente podía. Con el tiempo acudía cada vez menos a aquellas fastuosas fiestas, las apariciones justas para acallar las sospechas y rumores que cada vez eran más y dar la imagen de viuda desamparada.


De hecho, cuando tuvo que vender algunas de sus muchas pertenencias para salir a delante, solicitó  anteriormente en varias ocasiones, por carta y en latín, bienes y favores al primer ministro, se dirigía a Ruprecht Ellinsky, consejero de Matías II, fechada el 28 de julio de1605, apenas un año después de quedar viuda. La carta es escrita desde Sárvár y aún puede encontrarse en los archivos de Viena. Como nunca obtuvo respuesta, finalmente se vio forzada a vender algunos de los muchos castillos que poseía y que luego echó de menos.






Imprevistos y fallos:



El declive de Erzsébet Báthory fue llegando de forma progresiva, aunque no dejaba testigos el volumen de sus carnicerías hacía difícil no dejar pruebas, por no mencionar a muchos de los familiares de aquellas chicas, que aunque estaban muertos de miedo, seguían solicitando volver a ver a sus hijas o hermanas, aunque fueran sobornados con monedas, comida o pieles. Algunos intentaron que se hiciera justifica, y esto llegó a oídos de Megyery el Rojo, tutor del pequeño Pál, no obstante conoce la posición de la Condesa, lo que le obliga a ser prudente y a esperar a más testimonios y detalles.

Al poco de quedarse viuda su hija Anna avisó a su madre con algunos días de antelación que iría a visitarla junto con su marido al castillo de Pistyán, famoso por sus baños de lodo y agua de manantial. Todo un contratiempo para la Condesa, que por aquella época ya contaba con Darvulia y tenía encerradas en los calabozos a decenas de jóvenes.

Nada más recibir el mensaje de su hija mandó a Dorkó reunir a las muchachas que tenía previsto utilizar en las próximas noches y esconderlas en un rincón del castillo al que nadie se acercaba.
Luego una vez más, apareció aquella máscara con su hija y su yerno, que consistía en dar lástima y en conceder todos los deseos que éstos podían solicitarla, a modo de ser la mejor anfitriona posible. Organizó banquetes y bailes, perfumó todas las habitaciones con aceites y se daban aquellos baños medicinales al atardecer.

Dorkó que era malvada hasta la nausea, no dio de comer a las muchachas secuestradas en los ocho días que llevaban en el castillo los invitados, además por la noche, cuando hacía frio, las sacaba al patio, las echaba agua y volvía a meterlas en aquel rincón escondido a consecuencia de esto algunas chicas murieron, y a Dorkó no se le ocurrió nada mejor que ocultar a los cadáveres debajo de una cama en uno de los cuartos. En pleno mes de septiembre los cubrió con pieles para que nadie pudiera sospechar, aunque fingió llevar comida a las prisioneras para que la Condesa no se enterara de que las había matado de hambre y frio. El olor naturalmente era insoportable y a Dorkó le costó dios y ayuda convencer a un criado que enterrara los cadáveres descompuestos. Llegó el momento de partir y la Condesa reclamó sus muchachas, las pocas que quedaban estaban demasiado débiles para ir de viaje, Erzsébet recriminó a Dorkó su comportamiento, ¿Como osaba privarle de diversión en su carroza para su viaje de vuelta a Csejthe?
Finalmente cogieron a la que menos débil estaba y la metieron en la carroza, aunque no sobrevivió aquel viaje.

Como "castigo" Dorkó se quedó en Pistyán para deshacerse del resto, se le ocurrió echarlas en los fosos que rodeaban el castillo, los cuerpos salieron flotando y tuvo sacarlos de ahí rápidamente y buscar otro sitio, después de mucho pensar decidieron enterrarlas, aunque no muy bien, pues el perro de Miklós Zrinyi, yerno de Erzsébet, le llevó a su amo en la boca un trozo de carne con hueso de alguna de aquellas chicas, Miklós que ya tenía una opinión dudosa de su suegra, con aquello no sabía que pensar, quedó horrorizado y se lo contó al tutor de Pál, que a su vez se lo contó al consejero del rey y a Thurzó, la cuerda se tornaba cada vez más contra Erzsébet. 

En Viena los frailes agustinos que vivían al lado de la siniestra mansión de la Blütgasse escucharon gritos durante noches enteras, y vieron las calles llenas se agua ensangrentada, les dijeron que provenían de animales pero no lo creyeron, distinguían bien los gritos humanos, se quejaron en varios ocasiones, las quejas con el tiempo llegaron a sus superiores y al primer ministro, que ya tenía algunas otras de campesinos y de Mygery el Rojo. Pasaron allí los años y los rumores hubieran sido más o menos olvidados si la Condesa no hubiera cometido el fallo de volver a la casa Harmish para seguir con sus siniestros rituales nocturnos, aunque bien es cierto que en Viena hasta los nombres la temían y guardaban gran respeto y hacía ya muchos años que la llamaban die Blutgräfin - la Condesa Sangrienta.

En 1607 fue invitada a la boda de la hija de Thurzó, este recordó las acusaciones con las que contaba la Condesa, pero al verla personalmente con tan brillante aspecto, pensó simplemente que podían ser habladurías, solo se trataba de una mujer viuda y solitaria, que daño podía hacer. Le extrañaba que sus hijos no vivieran con ella, aunque al ser normal en la época, lo dejó correr, pues no tenía ninguna prueba, física, solo aquel testimonio del aterrado yerno de Erzsébet y alguna queja de los padres, campesinos, que reclamaban a sus hijas desaparecidas.

En septiembre de 1609 una niña de doce años llamada Pola consiguió escapar por un breve espacio de tiempo, esto ya había ocurrido con otras muchachas, pero el destino de estas fue muy similar al de Pola, algunas murieron de la llamada muerte por agua, otras azotadas y el destino de Pola en concreto, fue el siguiente. Dorkó y Jo Ilona la encontraron y apresaron cerca del ayuntamiento, escondida en un carro de harina volvieron a llevarla al castillo de Csejthe.

Fue llevada a los calabozos aquella noche e introducida en la jaula que estaba forrada por dentro de afilados pinchos, con la cuerda fue elevada, y el enano Ficzkó zarandeaba la jaula con las cuerdas, mientras otra ayudante de la Condesa pinchaba con un hierro afilado desde abajo a la niña, para que se moviera y clavara las púas de la jaula. El tormento de Pola duró horas, y termino cuando solo quedaban sus pedazos esparcidos por el suelo.



Sin miedo de nadie:



En aquella época el asalto de bandidos a las carrozas en medio del bosque era habitual, esto para Erzsébet no era un problema, ya que ella no temía a nadie y todo podía conseguirlo, intentaron robarle en varias ocasiones cuando hacía sus frecuentes viajes de un castillo a otro, pero jamás lo consiguieron, la escena normalmente era esta:

Viajando dirección a Bicsé sin sus guardias acompañándola, le asaltaron varios bandidos. Eran cinco hombres bien armados, la servidumbre entró en pánico, Erzsébet asomó la cabeza por la ventanilla y dijo con tranquilidad: -Infeliz. Llevo aquí, en mi cintura, una daga que ha cortado más cuellos que los años que tú puedas tener, y muchísimos más de los que aún te quedan de vida, créeme..., hablaba sin parpadear, taladrándolo con la mirada, prosiguió -Si osas dar un paso al frente, uno solo, ten por seguro que tu cuello también vendrá a engrosar la lista de mi daga...

El bandido forzó una sonrisa pero parecía dudar, normalmente las víctimas no se revelaban. Observó de nuevo la carroza y viendo todas las riquezas que podía haber allí hizo gesto de atacar.
- ¡Quieto dónde estás! gritó Erzsébet. -No sabes a quien te enfrentas, ni sabes que les ocurrirá a ti y a los tuyos, da igual donde os escondáis, si os atrevéis a rozar mi ropa. Dijo su nombre y también el de su marido.

El hombro, confuso, miró a sus compinches, la Condesa continuó diciendo: -Quien me mira a los ojos más de un minuto, y tú ya lo has hecho, perece sin remedio. Debes saberlo, a pesar de ello, sabiendo la vida triste que sin duda lleváis, consiento daros unas monedas. Id y olvidad esto. Añadió sin dar tiempo a reaccionar a los ladrones: -  En lo sucesivo, estúpidos, procurad elegir mejor a aquellos a quienes pretendéis abordar...

Le tiró con desdén unas monedas de plata sobre la hierba, había guardado su maravillosa daga y volvió a subir a su carroza. El bandido cogió las monedas e hizo gesto de gratitud, a lo que Erzsébet chillo agitando la mano: -¡Largo de aquí, que apestas!

Al instante los ladrones se fueron corriendo, pero Erzsébet no cumplió su palabra.

Cuando llegó a Csejthe, hizo llamar al jefe de la guardia de los haiducos (sus soldados personales). Le contó lo sucedido, muy indignada, el jefe le respondió que era una imprudencia salir sin escolta, a punto estuvo de golpearle la Condesa con su vara de fresno, pero se reprimió.
- Quiero que ahora mismo salga un grupo de veinte hombres en busca de esos canallas que ni mi carroza reconocen. Quiero sus cabezas aquí antes de una semana. ¿Entendido? Sus cinco asquerosas cabezas en sacos. Yo misma las miraré por si intentas engañarme. Recuerdo bien sus rostros. Terminó la petición, transformada en amenaza, con una recompensa si cumplía el encargo, si no lo hacía...el bien sabía lo que podía ocurrirle a él o su familia. - Tendréis lo que pedís, Señora - dijo brevemente el jefe de la guardia haciendo una reverencia. Erzsébet dio una excelente descripción de los bandidos y de donde había sido abordada.

La Condesa amenazaba por igual a hombres que mujeres, si bien para sus enfermos fines solo le servían exclusivamente niñas.



Restos de bondad:



Ya hemos comentado cual era el séquito de la Condesa, sus nombres y apariencia, de la única que no hemos hablado mucho ha sido de Katalin Beniezky (o Katalyn Benieczy ), ella era la única persona buena entre todos esos "monstruos", aunque es verdad que absolutamente todo el séquito de Erzsébet, junto con los soldados y sirvientas, estaba amenazado de muerte, si alguien se iba de la lengua y llevaba la contraria a la Condesa, ella siempre decía lo mismo: "No podrás esconderte, haré que te encuentren por muy lejos que vayas y serás asesinado junto con tus seres queridos".

Kata estuvo al servicio de la Condesa desde sus inicios y está siempre la tuvo aprecio, al igual que aquella anciana que la maquillaba en Viena, Kata la lavandera, destacaba por qué planchaba de forma impecable, eliminaba las machas más difíciles de la ropa, y como no, limpiaba mejor que nadie los restos de las "carnicerías" de Erzsébet. Kata se veía obligada a viajar de un castillo a otro para limpiar todo aquello que se la demandaba, siempre que podía daba de comer a las desdichadas muchachas y les daba agua, de esto se enteró un día la Condesa y no le gustó nada.
- Mil fiel y buena Kata...- Le dijo con tono amable Erzsébet. - Deja el cubo en el suelo y atiéndeme...-
- Si se te ocurriera contar algo alguna vez, sabes que no sólo perderías la lengua - La Condesa sonrió como lo hacía ella, dando auténtico miedo.
- Eso sería sólo lo primero que perderías. Yo misma te arrancaría, uno a uno, hasta el último miembro de tu cebado cuerpo. Lo haría con mis propias manos, Lo sabes, ¿verdad?
 Kata afirmó con la cabeza sin decir nada.
- Así es como debe obrar mi lavandera favorita, a la que saqué del arroyo y la indigencia, y por cuya salud y la de sus bonitas hijas, tanto me he preocupado durante estos años...-

La lavandera comprendió que no solo le haría daño a ella sino también a sus hijas si se le ocurría contar algo, huir o similar. Sus hijas se habían casado no hace mucho y se fueron lejos hacía unos seis meses. Antes de salir del cuarto, la Condesa agregó:
- Aunque esas adorables criaturas estén en un remoto confín de nuestros dominios, bastaría que hiciese chasquear los dedos de una mano para que cualquiera de mis primos las buscase hasta los confines de la tierra y me enviara sus lindas cabecitas en un saco, para que se las diéramos a los perros.-

Kata rompió a llorar, quería suplicar a Erzsébet pero esta no se lo permitió y abandono la habitación. Nos podemos hacer una idea bajo qué condiciones estaban todos alrededor de la Condesa.

En una de las ocasiones en las que Kata fue sorprendida dando de comer a las prisioneras, Erzsébet la hizo llamar a su cuarto y fue mordida en el hombro.

Aún poniendo en riesgo su vida, ella seguía ayudando a aquellas muchachas en lo que podía, era demasiado duro limpiar cada noche toda aquella sangre, vísceras, trozos de labios y otras partes del cuerpo..etc...

Así que cuando podía, a escondidas, daba abrigo y comida a las prisioneras, y se cuenta que en alguna ocasión salvó a alguna, sacándolas junto con otras que estaban muertas, su estado era realmente moribundo, pero se cree que alguna sí que consiguió escapar, pero que no se supo nada más de está por que a la más mínima señal, con tantas espías de la Condesa, sabía el destino que le deparaba si volvían a encontrarla.



Continuará…




Bibliografía:






Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.


Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.

Imágenes: wikipedia.org

2 comentarios:

  1. Esta mujer era un auténtico demonio, ¡ cuánto sadismo y crueldad desplegaba con sus pobres víctimas! Qué valiente era katalin, aún a riesgo de sufrir todo tipo de tormentos de su sanguinaria señora, intentaba rescatar de ese infierno a aquellas muchachas. Al menos en aquél castillo existía un alma caritativa y compasiva ...

    Saludos guapa, feliz domingo

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  2. Hola Magnolia!! un placer recibir tu visita, espero que hayas pasado un estupendo fin de semana ;).

    Es triste ver que Kata fue la única que tuvo conciencia y compasión, mientras que los demás solo eran movidos por el terror que les provocaba su ama y su afán en salvar sus propias vidas sin importar que tuvieran que lanzar al fuego a muchachas o atarlas mientras eran torturadas, por no mencionar otras cosas mucho peores.

    Más adelante comentaré cual es el destino de los lacayos de la Condesa y también el de Katalin.

    Un abrazo!

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