jueves, 28 de junio de 2012

Pedro el Grande 5ª parte




Pedro el Grande






Entretenimientos del Zar:


Ya comentamos anteriormente los gustos "peculiares" de Pedro, los que muchos consideran como crueles él los encuentra tronchantes.
Le encanta reírse de la gente inofensiva y deforme, cosa que hace desde los inicios de su adolescencia, hasta el final de vida. Adora ver a enanos y gente tarada, a los que obliga a vestirse con ropas demasiado grandes y con colores llamativos, además de que se arrastren en alfombra, trineo o pequeños carruajes, mientras ladran, rebuznan, cacarean o se tiran pedos (Pedro llora de la risa con esto último). No hay ningún banquete del Zar sin que un enano salga del interior de una tarta.

Por el año 1710, dos días después de la boda de una sobrina suya, organiza el matrimonio entre dos de sus bufones enanos con el mismo lujo. El embajador de Holanda nos lo describe de la siguiente manera:


Un enano muy pequeño marchaba a la cabeza de la procesión, asumiendo el papel de mariscal, guía y maestro de ceremonias. Le seguían la novia y el novio, vestidos pulcramente. Luego venía el Zar y sus ministros, príncipes, boyardos, oficiales y demás; por último desfilaban todos los enanos en parejas de ambos sexos. Entre todos eran setenta y dos.
El Zar, en señal de respeto, sujetaba la cola de la novia como es tradición en Rusia. Cuando terminó la ceremonia la comitiva fue hasta el palacio del príncipe Menshilkov.
Varias mesas diminutas se colocaron en medio del recibidor para los recién casados y el resto de los enanos, a quienes vistió espléndidamente según los dictados de la moda alemana.

Tras la cena, los enanos bailaron al modo ruso, lo que duró hasta las once de la noche. Es de imaginar lo que el Zar y el resto de su compañía se divertían con las travesuras, gestos y extrañas posturas de los pigmeos, la mayoría de los cuales era de tal tamaño que sólo de verlo producía risa. Cuando se acabaron estas diversiones, el nuevo matrimonio fue trasladado a la casa del Zar y acostado en sus propios aposentos.  F.C. Weber, pp 67-68



Como es natural la mayoría de las bromas del Zar sólo le hacen gracia a él. Hace que toquen la alarma de fuego a medianoche y cuando los ciudadanos llegan sin aliento y aterrados al lugar del supuesto incendio, encuentran soldados alrededor de una hoguera, éstos se parten de risa y les llaman "inocentes".



Durante su viaje a Holanda aprende de un sacamuelas de la calle, las artes de la extracción de dientes. Muchas veces las usa para ayudar, pero otras...para divertirse, tomando como víctimas a sus oficiales. Pedro disfruta tanto arrancando dientes y muelas que cuando los oficiales y sirvientes temen algún castigo, fingen un dolor de muelas y se dejan arrancar las piezas sanas para aplacar la ira del Zar. La gente prefiere ese tormento a otros posibles, mucho peores que Pedro suele utilizar.

Pedro también disfruta viendo a sus mozos de cuadra recrear batallas, ficticias, pero feroces.

Experimentar con materiales explosivos también le divierte mucho. Como tiene pánico a la soledad, arrastra con él a quien tenga mas cerca, sin importar si las personas quieren o no, acompañarle. A Pedro no le importa lo más mínimo el peligro al que están expuestas las personas de su alrededor.
El hijo de una de sus amantes, en este caso escocesa, murió literalmente desmembrado por unos fuegos artificiales que estallaron en sus manos, lejos de disuadir al Zar, éste continua jugando con fuego sin importar los riesgos.


   
Catalina I, 2º Esposa de Pedro el Grande


De nuevo el embajador de Holanda deja constancia de los peligros a los que le expone Pedro:


Nos llevó a bordo de un lanchón, la Zarina (Catalina) y sus damas se introdujeron en la cabina, pero el Zar se quedó con nosotros en cubierta, contando chistes y asegurándonos, como si no fuese consciente del feroz viento que soplaba en contra, que arribaríamos en cuatro horas en el puerto de Kronstadt. Después de intentar girar a barlovento durante más de dos horas, se erigió una espantosa tormenta. El Zar comenzó a bromear con el timón en la mano. En tan grande peligro mostraba, además de gran destreza en el manejo de un barco, una fuerza física extraordinaria y mucho humor en la mente. La Zarina fue colocada sobre los bancales elevados dentro de la cabina, que estaba inundada de agua, las olas batiendo contra el barco y una lluvia violenta cayendo desde el cielo y, en estas peligrosas condiciones, demostró gran resolución.


Todos nos volvimos sobrios con el solo pensamiento de lo próxima que teníamos la muerte, lo que nos obligó a arrepentirnos de nuestros pecados, a pensar en el cielo y, en definitiva, a prepararnos para el fatal desenlace, sin más consuelo que el de morir en tan noble compañía. El Zar decidió que cuatro boyardos (nobles) de su séquito y los sirvientes fueran lanzados al agua en salvavidas, pues era menester aliviar el peso. Nuestra gabarra, que estaba sólidamente construida y provista de buenos marineros, después de siete horas girando a barlovento, arribó por fin al puerto de Kronstadt. Allí el Zar nos dejó con estas palabras: "Buenas noches, caballeros, la broma ha ido demasiado lejos". 


Al día siguiente cayó preso de una fiebre alta.
Nosotros, por nuestra parte, completamente mojados después de tantas horas en medio del agua, buscamos alojamiento en la isla, pero siendo incapaces de encontrar ni ropa ni cama, nuestro equipaje perdido en algún lugar del mar, hicimos un fuego, nos desnudamos y envolvimos nuestros cuerpos en unas toscas mantas de trineo que obtuvimos de unos campesinos. En estas condiciones pasamos la noche, moralizando y reflexionando acerca de las miserias y las locuras de la vida humana. F.C. Webber, pp93-95




Continuará:






Bibliografía:



Alejandra Vallejo-Nágera: Locos de la historia.
La Esfera de los Libros, S.L. 2007.



Merejkowshy, Dimitri: PEDRO I EL GRANDE.
Rústica editorial. 1910.

Imágenes procedentes de: wikipedia.org

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