jueves, 14 de junio de 2012

Pedro el Grande 3ª parte





La pasión por el Zar y la medicina es desmesurada, todas las personas de su alrededor deben compartirla..de lo contrario pueden suceder cosas como estas:

Durante una clase de anatomía en Holanda, el Zar escucha una arcada de algún asistente cercano en el momento de la disección de un cadáver. Pedro, furioso, obliga a los rusos que están allí a acercarse al cuerpo sin vida y darle un mordisco...

En cuestión de medicina  Pedro le encanta la teoría, pero lo que de verdad le apasionan son las "prácticas". En su Academia de Ciencias, a parte de colecciones que él mismo compra, muestra decenas de dientes sanos que ha arrancado con sus propias manos.
El Zar también muestra con gran orgullo otras adquisiciones por las que siente gran fascinación, penes, lenguas, cadáveres de bebés deformes, el esqueleto de un gigante, múltiples cuerpos de enanos, todos ellos en grandes frascos de formol. Pedro pide que le envíen cualquiera de estos objetos desde cualquier rincón del mundo.

Cuando Pedro viaja, normalmente lo hace de incógnito, ya que le gusta aprender todo lo posible pasando desapercibido, cuando esto no es posible y algún hombre le sigue, lo disuade a bofetadas.






La otra cara de Pedro:




Como gobernante de su nación, Pedro tiene a sus espaldas buenas elecciones en política y cuida bien a su pueblo. En el terreno personal, la vida del Zar y su carácter le llevan cometer locuras grotescas.
Debido a las experiencias en su niñez y adolescencia, el carácter de Pedro, es, cuanto menos, inestable. Él no puede controlarlo, está fuera de su voluntad.


Cuando asciende al trono, sus problemas emocionales no mejoran. A la hora de irse a dormir, jamás puede hacerlo sólo, sin alguien a su lado sufre crisis de pánico. Si no encuentra una mujer duerma con él, elige a un sirviente, oficial...no hay ninguna distinción. Debido a esta angustia por no poder dormir sin compañía, hace creer a muchos que el Zar es homosexual (y como sabemos, no lo fue).

Los cambios de carácter de Pedro son muy marcados, por ejemplo, le da pánico el agua, su gran voluntad hace que en poco tiempo nade en mar abierto. Ya no quiere dormir en tierra, sólo los barcos le dan seguridad ahora.
Otro de sus miedos son los insectos, en especial los escarabajos negros.


La violencia jamás desaparece de su vida, abofetea a nobles y oficiales por minucias. Sus admiradores, en la calle, son obsequiados con fuertes puñetazos si osan acercarse demasiado, da igual su edad.
Y como no, si a alguien de su alrededor no le gusta algo, como decimos ahora "le da dos tazas". En una de sus fastuosas fiestas, el almirante Golovine (uno de sus predilectos) no quería tomar ensalada por llevar vinagre, Pedro le obligó a beber una jarra entera de esa sustancia.
También obliga a mujeres a beber aguardiente si sabe que no les gusta.




Los desmanes de Pedro le enemistan rápidamente contra los boyardos, sirvientes y nobles, precipitando el odio de los patriarcas de la Iglesia radical ortodoxa. El Zar se opone a sus costumbres ancestrales, intentando occidentalizar a todo el que puede.
Por eso es tildado de "Anticristo", por su parte, Pedro se entretiene organizando parodias crueles de religión, obligando a participar a toda su corte, esto sólo provoca más la ira del clero.








El reinado del Zar está en paralelo con el conflicto sangriento de una Iglesia vetusta que no se deja modificar y que posee gran poder en el pueblo.
Pedro se mofa de ellos en parodiadas ceremonias, usando enanos y personas con deformidades para que hagan el papel de sacerdotes. El papel de fieles lo realizan hombres desnudos que corren tras prostitutas en cueros, todo esto acompañado de grandes cantidades de Vodka.

La gran tolerancia del Zar con el alcohol es criticada por varios visitantes. 
Podemos leer a continuación el relato del embajador holandés en San Petersburgo:


Junio de 1715, habiendo llegado por fin a Cronstot (Kronstdat), fuimos invitados a Peterhof, la casa de recreo del Zar, situada en la costa de Ingria, donde arribamos con buen viento y donde fuimos agasajados con el entretenimiento habitual de aquel lugar: a la hora de la cena estábamos tan a merced del vino de Tockay, del que su Majestad también bebió más de la cuenta, que apenas podíamos levantarnos del asiento, a pesar de lo cual todavía se nos obligó a vaciar nuevas copas que contenían licor hasta el borde, servido directamente por la mano de la Zarina, lo que nos hizo perder definitivamente los sentidos. En ese estado nos arrastramos a dormir, algunos en el jardín, otros en el bosque y el resto directamente en el suelo.
A las cuatro de la tarde fuimos despertados y conducidos de nuevo a la casa de recreo, donde el Zar nos entregó un hacha a cada uno y la orden de seguirlo. Nos llevó a un bosque con árboles robustos, en él trazó un camino de cien pasos de largo que caía directamente al mar y que debíamos abrir mediante la tala de árboles. El Zar comenzó a trabajar con ansia, y aunque nosotros, que éramos siete tras Su Majestad, encontrábamos extraño que aquel trabajo rudo y mal pagado fuese acometido por personas que todavía no habían recobrado del todo los sentidos, sin embargo seguimos valientemente al Zar y talamos tras él, hasta que tres horas más tarde se nos volatilizaron la mayoría de los vapores del alcohol.
Ninguno recibió daño alguno, salvo uno de los ministros, quien cortó un árbol con tal furia que se le terminó cayendo encima, produciéndole bastantes heridas. El Zar, una vez nos agradeció nuestras penas y dolores, nos premió con una cena en la que recibimos otra dosis de licor que nos condujo inconscientes a la cama. Pero sólo habíamos dormido una hora y media cuando una cierta favorita del Zar recibió la orden de despertarnos y llevarnos, lo quisiéramos o no, a los aposentos del príncipe de Circasia, que estaba en la cama con su consorte, donde de nuevo se nos obligó a tomar vino y licor hasta las cuatro de la madrugada. 
Al día siguiente ninguno de nosotros recordaba cómo se las había arreglado para regresar a su lecho.
A las ocho de la mañana se nos despertó de nuevo para desayunar, pero en lugar de café o té, que era lo que esperábamos, nos dieron la bienvenida con enormes tazas de brandy, después de lo cual nos mandaron tomar el aire en lo alto de una colina próxima al palacio. Tras un paseo de una hora por los bosques, y tras habernos refrescado con agua muy fría, retornamos a la cuarta ceremonia de bebidas durante la comida






Continuará:






Bibliografía:



Alejandra Vallejo-Nágera: Locos de la historia.
La Esfera de los Libros, S.L. 2007.


Merejkowshy, Dimitri: PEDRO I EL GRANDE.
Rústica editorial. 1910.

Imágenes procedentes de: wikipedia.org

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