Reinado:
Pedro toma las riendas de Rusia a los 24 años, gobernará en solitario durante veinte años.
Viaja más que cualquier otro Zar que haya tenido Rusia hasta la fecha. Visita Inglaterra, Alemania, Francia y Holanda, aprendiendo lo máximo posible en cada uno de sus viajes. Aprende con facilidad a hablar con fluidez el alemán y holandés. Causa una terrible envidia en su rival, LuisXIV, quien no aguanta que nadie le haga sombra.
Su cuñada, Liselotte, escribe este relato de la visita que hace Pedro a Francia:
Septiembre 1697. De encontrarse el Zar en tiempos difíciles jamás se moriría de hambre, pues es diestro en catorce artesanías diferentes. Nuestro gran hombre (Luis XIV) se mofa de él por trabajar con un naviero holandés y ayudarle personalmente a construir barcos. Pero cuando se ha enterado de cómo navegan los galeones que ha construido, le ha perdonado y ha dejado de pensar que pierde el tiempo en trivialidades sin sentido. Cartas de la Duquesa de Orléans, pp. 102-103.
Unos años más tarde agrega:
Hoy he tenido la importante visita de mi héroe, el Zar. Le encuentro muy bueno en el sentido en el que nos gusta llamar bueno a alguien, es decir, cuando nos parece informal y desprovisto de afectación en sus maneras. Es extraordinariamente inteligente y, aunque habla con un alemán entrecortado, lo que dice es muy interesante y se hace entender de maravilla. Se muestra educado con todos y aquí es extremadamente bien aceptado. Cartas de la Duquesa de Orléans, pp. 102-103.
Pedro en 1698
En sus viajes por Europa, Pedro descubre cuanto asco le dan sus costumbres rusas, como por ejemplo, llevar tanto vello facial, esas espesas barbas que tanto les caracterizan. Decide contagiar su entusiasmo por la depilación facial a sus súbditos y le importa bien poco la multitud de críticas que recibe por esta decisión. El propio Pedro siempre va bien afeitado, luciendo un cuidado bigote.
Pero para los rusos, sus barbas significan mucho más que una mata de pelo como opina el Zar. Para ellos simboliza su afán religioso, pareciéndose un poco más a su querido mesías. Pedro ve aquello como algo más bien prehistórico y hace oídos sordos a la orden que dio Iván el Terrible:
Afeitarse la barba es un pecado que la sangre de todos los mártires nunca podrá redimir. Afeitarse es desafiar la imagen del hombre creada por Dios.
Así pues, los rusos, por sus fervientes creencias religiosas, conservan, sin ningún tipo de acicalo ni cuidado su espesa barba a lo largo de toda su vida.
Pedro ve todo aquello como algo asqueroso y además, poco higiénico, ya que algunas barbas llegan hasta el ombligo. Consigue una cuchilla y en una recepción de su propio palacio decide afeitar sin permiso, y a algunos por la fuerza, el rostro de sus invitados, la mayoría no tenía el rostro despejado desde la infancia.
Días más tarde Pedro crea un decreto para prohibir la barba y hace que circule rápidamente por todo el país.
Esta ley da a los soldados derecho a afeitar a todo aquel que lleve barba, a excepción de cardenales o gente muy devota, no serán afeitados pero tendrán que pagar un impuesto.
Los indultados deben llevar visible un medallón de bronce que solo obtendrán al pagar el mencionado impuesto.
Aún con ese indulto, Pedro no resiste observar un rostro poblado de bello, un testigo asegura que:
El Zar Pedro no resiste arrancarles la barba de raíz con tal fuerza que parte de la piel se va detrás.
Además de viajar, aprender idiomas, otras culturas y cuidar la imagen, a Pedro siente fascinación las ciencias, las artes, la arquitectura y la ingeniería, dejando de lado la fascinación que levanta entre todas las mujeres con las que se cruza.
Pedro se siente extasiado al visitar Versalles y sus fastuosos jardines, Ámsterdam y sus espléndidas colecciones. Una colección le llama la atención especialmente. Está compuesta por mil trescientos fósiles de animales, plantas y embriones conservados en perfecto estado. 40 años tardó en reunirla el prestigioso médico Ruysch. Pedro la examina varias veces con gran detalle, hasta que finalmente la adquiere para su uso y disfrute personal, por una gran suma de dinero. Después la envía con gran cuidado, por barco, a San Petersburgo.
Pero desgraciadamente la valiosísima colección no llego demasiado bien, muchos rumores cuentan que los marineros rompieron numerosos frascos para beberse el alcohol que contenían para conservar los embriones y otras piezas.
El Zar posee también otra colección que aprecia especialmente, compuesta por animales terrestres y marinos de las Indias de Oriente y Occidente.
El lugar que elige Pedro para guardar tan valiosas colecciones es la Academia de las Ciencias de San Petersburgo, allí, varios días a la semana, desde el amanecer, observa sus tesoros y pierde la noción del tiempo.
Es tal su afición, que en uno de esos ratos de paz en su museo, un canciller informa a Pedro de que el embajador de Viena está a punto de llegar, Pedro se niega a salir de allí e indica que el embajador será recibido allí mismo, el canciller le sugiere que sería más apropiado el Palacio de Verano, pero Pedro no cambia de parecer y comenta: Viena le envía para verme a mí, no para que haga turismo por uno de mis palacios. Aquí puede decirme lo que su país le ordena que me diga.
Al poco rato, el embajador se reúne con Pedro, encontrándole con una lupa en la mano, son nada más y nada menos que las cinco de la madrugada.
Pedro en 1710
Afición por la cirugía:
Hay algo que entusiasma más, si cabe, a nuestro peculiar Zar. Siente una curiosidad y fascinación sin límites por todo lo relacionado con las ciencias, en especial, las operaciones quirúrgicas. Ordena que se le avise de todas y cada una sin importar la hora y el lugar, siempre quiere estar en primera fila para observar y aprender.
En poco tiempo, para de mirar a participar el mismo en la operación.
Pedro se entera de que un forúnculo enorme atormenta la vida de una pobre mujer, es la señora Borst, mujer de un comerciante holandés acaudalado.
Nadie se atreve a operar a la mujer y ella tampoco está muy por la labor, pues como es normal en la época, teme morir en el intento y prefiere estar viva y sufrir, que no tener la dolencia y estar muerta.
Pero el Zar no acepta un no por respuesta, de nadie. La mujer observa aterrorizada como Pedro, de dos metros de altura, entra en su habitación con el maletín de herramientas preparado para operar.
El absceso que tanto molesta e importuna a la mujer, resulta estar en el trasero (motivo por el cual siempre está en cama y lleva meses sin andar), con toda la valentía que le queda, aguantando el pudor, muestra al Zar la zona y cierra con fuerza los ojos hasta que el Zar termina con la intervención quirúrgica.
Los testigos aseguran que Pedro es diestro usando el instrumental, manejándolo con gran elegancia.
Aunque al día siguiente la señora Borst pudo sentarse y parecía que se iba a recuperar.
72 horas después muere por una complicación postoperatoria. Para consolar al afligido marido, el Zar paga y preside un funeral de gran pompa que el mismo dirige.
A pesar de las muertes, a las que él llama contratiempos, el Zar nunca pierde las ganas de seguir intentándolo y va a todas partes con dos maletines a rebosar de instrumental, uno matemático y otro quirúrgico, por si acaso se tercia la ansiada ocasión de volver a operar a alguien.
Continuará:
Bibliografía:
Alejandra Vallejo-Nágera: Locos de la historia.
La Esfera de los Libros, S.L. 2007.
Merejkowshy, Dimitri: PEDRO I EL GRANDE.
Rústica editorial. 1910.
Imágenes procedentes de: wikipedia.org
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