Cena de Navidad en Csejthe:
El evento exige acomodar durante cuatro días a las familias más prestigiosas y ricas de Hungría, más el Rey y todos sus sirvientes. Erzsébet lo ve como una auténtica faena, pues todo aquello se traduce a un gran trabajo.
Su castillo se encuentra en uno de los sitios más altos y ventosos de Transilvania. Hay que calentar todas las habitaciones, los salones y los pasillos, colgar tapices, embellecer la vajilla de plata y oro, lo que requiere aumentar el número de criados... La Condesa no tiene demasiado dinero, aún así Erzsébet no pone ninguna pega, pues sabe que ese sacrificio conlleva que si sale bien, puede seguir con su vida sin que nadie la moleste.
Teniendo en cuenta quienes asistirían y que irían muy pocas mujeres, se asemejaba mucho a un tribunal.
La Condesa se sintió amenazada. Invitó a otros nobles de los alrededores para animar aquellos días en los que tendría aquellos severos invitados.
Con gran esfuerzo Erzsébet consigue prepararlo todo, y van llegando los invitados, entre ellos están sus dos yernos que son miembros parlamentarios, el Rey, Thurzó y el odiado Megyery, tutor de su hijo Pál que ya tiene unos doce años. Cuando les escuchó llegar por el puente levadizo se abalanzó a coger un papel, amarillento, enrollado y arrugado, un conjuro que le había preparado Darvulia cuando aún estaba viva, en aquel papel están escritos sin que ninguno falte, los nombres de jueces y príncipes que ahora amenazan su existencia. Es el famoso hechizo en el que invoca a los gatos para que muerdan los corazones de sus enemigos.
La última noche la anfitriona preside una magnífica mesa decorada con manteles bordados de oro, con una enorme vajilla de plata, confiteros, barriles y cántaros cubiertos de ricos esmaltes. En algunas piezas brillan piedras preciosas. La banda que elige Erzsébet esa noche para decorar su cabeza es de color negro, símbolo de su viudedad. Lleva además un vestido de terciopelo, seda, visón y malla de perlas, tal como exige la ocasión.
Es Nochebuena y Erzsébet por su parte, tiene un regalo para todos los asistentes
El día anterior a la fiesta, pidió a Májorova que le preparara un pastel mágico para aquella gran fiesta. La bruja le dijo los utensilios que necesitaba y que ella haría el resto, llegada la noche.
A las cuatro de la madrugada, en uno de los cuartos de piedra subterráneos, todo estaba preparado: ardía el fuego, los utensilios de barro vidriado y cobre relucían en el suelo. En un caldero se calentaba agua de rió; al lado había una artesa preparada para hacer la masa.
En las baldosas reposaba un matojo de belladonas, secas, que solían usarse para anestesiar a las mujeres parturientas, las dormía levemente o soldados que debían sufrir una amputación. También lo mezclaban las damas con alraum y mandrágora, quemando las hojas, para blanquear el cutis.
Erzsébet estaba desnuda, entró en la artesa, la bruja vertió sobre su cuerpo, como sobre un pan largo envenenado, sin desperdiciar una sola gota, agua verdosa de solanáceas maceradas. Mascullaba un conjuro en otra lengua aunque si se entendía cuatro nombres que se repetían.
La Condesa por su parte, repetía su nombre, hasta llenar el agua con la esencia de su cuerpo y su alma, tomaron la mitad de aquella agua para hacer la masa del pastel. La otra mitad del agua volvió al rio. La bruja mascullando más conjuros, preparó la masa con aquella agua envenenada, habiéndose bañado Erzsébet en ella y terminó aquel dañino y embrujado pastel. El maleficio iba destinado contra el Rey Matías, Thurzó, Cziraky y Emerich Megyery, todos aquellos que bajo el punto de vista de Erzsébet, podían perjudicarla e interponerse entre ella y la eterna juventud. El objetivo de Erzsébet no es otro que no dejar supervivientes en la fiesta.
Ya había ocurrido en otras ocasiones, tiempo atrás, había grandes intoxicaciones en otras fiestas de la realeza, decenas de nobles muertos, eran accidentes que pasaban y apenas eran investigados, la Condesa pensó que se saldría con la suya y que todo "el supuesto accidente de intoxicación de los comensales" se olvidaría rápido, además el Rey Matías cuenta con numerosos enemigos, les está haciendo un favor, piensa Erzsébet .
Ya había ocurrido en otras ocasiones, tiempo atrás, había grandes intoxicaciones en otras fiestas de la realeza, decenas de nobles muertos, eran accidentes que pasaban y apenas eran investigados, la Condesa pensó que se saldría con la suya y que todo "el supuesto accidente de intoxicación de los comensales" se olvidaría rápido, además el Rey Matías cuenta con numerosos enemigos, les está haciendo un favor, piensa Erzsébet .
Ese era el regalo de Erzsébet para inmortalizar aquella grandiosa noche, el gran pastel.
A los cuatro aludidos les fue colocado un gran trozo de pastel, más grande que al resto de invitados, pero misteriosamente ninguno de ellos lo probó, los otros que lo comieron, al rato cayeron enfermos con terribles dolores, encerrados en sus habitación vomitaban sin parar y algunos murieron. La Condesa se dio cuenta del auténtico motivo por el cual habían ido aquellas personas, les habían avisado, por eso no tocaron la tarta. A parte de esto, es lógico que muchos no probaran la tarta después de cuatro días de fastuosos banquetes. Suministrar el veneno en forma de postre el último día, al final de la noche no fue una buena elección.
Thurzó poseía la carta que András Berthoni, antiguo pastor de Csejthe, había dejado escondida a Ponikenus, con todos los macabros datos que escondía sobre la condesa.
El palatino Thurzó
Ponikenus no se sabe como se la había hecho llegar al palatino. Aprovechando la visita, le pidieron explicaciones a Erzsébet.
Zavodsky, secretario de Thurzó, estaba en la habitación contigua, escuchando la conversación:
-Te acusan en esta carta de haber asesinado a las nueve muchachas enterradas en la iglesia del pueblo alrededor de la tumba del conde Országh. Dijo Thurzó.
-¡Desvaríos!-exclamó ella- son mis adversario, empezando por Megyery el Rojo, quienes se lo han inventado.
La Condesa admite haber enterrado a aquellas nueve chicas, pero lo hizo para proteger al pueblo y a sus criados, pues según ella, las chicas tenían una desconocida y terrible enfermedad contagiosa. Además Berthoni era viejo, borracho y no sabía lo que decía, añade Erzsébet.
Thurzó no retrocedió:
-Sin embargo, hablan de ti por todas partes. Dicen que has torturado y asesinado a varios cientos de muchachas y, lo que es peor: que te has bañado en su sangre para conservar tu juventud y belleza.
Erzsébet no negó todo pero Thurzó le dijo que tenía varios testigos. Se lamentó de que su mejor amigo, el Conde Nádasdy hubiera estado casado con una criminal. La Condesa que estaba harta le dijo de forma altanera que aunque hubiera hecho ella tales cosas, él no tenía ningún derecho a juzgarla. Éste respondió:
-Eres responsable ante Dios y ante las leyes que yo tengo que hacer respetar. Si no pensara en tu familia, sólo escucharía a mi conciencia y te haría encarcelar en el actor, y juzgar a continuación.
Decidió el palatino junto con Zavodsky, su consejero, convocar en Presburgo a los miembros de la familia Báthory que se encontraban allí, pedirles que vigilaran a Erzsébet y que le impidieran alargar su lista de víctimas.
En aquel consejo participaron los yernos de la Condesa: György Drughet de Homonna, jefe del condado de Zemplin, y Miklós Zrinyi quien, desde aquel día en Pistyán en el que su perro había desenterrado en el huerto a algo muy similar a una muchacha en descomposición, sabía a qué atenerse. Ambos quedaron aterrados pensando en la reputación de la familia. Como las hijas de Erzsébet les suplicaron que dejaran a salvo a su madre, expresaron el deseo de que el asunto se difundiera lo menos posible.
La decisión que tomó la familia fue: "El palatino, para dejara a salvo nuestro honor, ha decidido llevar en secreto a Erzsébet Báthory de Csejthe a Varannó, dejarla allí algún tiempo, y luego recluirla en un monasterio. Lamenta tener que tomar tales medidas, pero espera que éstas satisfagan a los jueces y al Rey."
Thurzó se jugaba en ello su posición de palatino, y aunque sabía que Erzsébet había intentado envenenarle con aquella tarta, lo dejó correr y no quiso hacer nada más. Los yernos quedaron satisfechos. Thurzó creía que Erzsébet debía ser juzgada por un tribunal, pero ello significaba hacerlo público y de que la gente se enterara que era una criminal y cosas aun peores, cosa que la familia quería evitar a toda costa.
Pero Thurzó no era el único que tenía pruebas contra la Condesa. El Rey también tenía pruebas, gracias a Megyery, había llegado a sus manos aquel ajado pergamino en el cual maldecía a Rey y a él, además varios campesinos habían ido a hablar con él, aterrados por la desaparición de sus hijas a manos de Erzsébet.
Después de Navidad, concretamente el 28 de diciembre, el Parlamento oyó al alcaide de Csejthe, escuchó también la denuncia que Megyery había presentado, aunque algunos de los asistentes se negaban a dejarle hablar:
"El acta de acusación contra Báthory Erzsébet ha impresionado al Parlamento. Y lo que ha suscitado mayor indignación ha sido enterarse de que la "Dama de Csejthe" no se conformaba con la sangre de campesinas, sino que le hacía falta también la de las hijas de los gentileshombres húngaros. Sin duda, desde hacía tiempo, corrían rumores en Presburgo; pero, de hecho, no se daba crédito a tanto horror."
"El acta de acusación contra Báthory Erzsébet ha impresionado al Parlamento. Y lo que ha suscitado mayor indignación ha sido enterarse de que la "Dama de Csejthe" no se conformaba con la sangre de campesinas, sino que le hacía falta también la de las hijas de los gentileshombres húngaros. Sin duda, desde hacía tiempo, corrían rumores en Presburgo; pero, de hecho, no se daba crédito a tanto horror."
Durante tres días, del 25 al 28 de diciembre, el Parlamento se ocupó de este asunto. Thurzó debía tomar medidas aunque no sabía cuáles iban a ser. Finalmente llegó un emisario de Viena, en el mensaje pedían a Thurzó que fuera con urgencia a Csejthe, para enterarse por sí mismo de todo lo que allí estaba ocurriendo. Que abriera una investigación y castigara a los culpables allí mismos. Tanto los yernos de Erzsébet como Thurzó quisieron dar un poco de tiempo a Erzsébet para que pudiera huir con su primo Gábor, pero no fue posible, Megyery estaba allí e insistió en regresar cuanto antes. Llegaron por sorpresa al castillo, entraron y nadie se interpuso ni salió a recibirles.
Erzsébet estaba muy ocupada, se había quitado la máscara que había llevado estos tres días, de anfitriona perfecta. Mandó venir a Jó Ilona que, como la conocía de toda la vida, había permanecido cerca, atenta a sus peticiones. La pidió que encontrara a alguna joven culpable de algún mísero fallo. Le dijo que una tal Doricza había llegado hacía un mes de una lejana aldea. Había robado una pera. Aquel motivo condenaría a la joven. Antaño la Condesa tenía decenas de jóvenes "en conserva" como le gustaba a ella decirlo, repartidas en diferentes castillos, para divertirse en sus viajes, aunque a veces se olvidaban de ellas y morían de inanición. Ya al final, solo guardaba unas pocas chicas en Csejthe y se tenía que conformar para divertirse, como era esta la ocasión, con alguna pobre sirvienta, pero en aquella ocasión era diferente, Doricza Niláievá hacía labores de sirvienta, pero era la hija de uno de los Zémans, y la llevaban tiempo buscando.
Mandó llevar a Doricza al siniestro y frio lavadero, aquella vez, quién sabe si por la acusación de Thurzó, Erzsébet estaba como loca, tenía los brazos rojos de sangre, grandes manchas en su vestido, gritaba y reía como una autentica desquiciada, corría hacia la puerta secreta y volvía, galopaba a lo largo de las paredes, con los ojos fijos en su víctima.
Otras pobres desdichadas esperaban tras la puerta, otras hijas de noches, Vistra Meyénthény, Amma Radamenkz y María Kipickis.
Las dos viejas ayudantes estaban muy atareadas torturando con atizadores, tenazas y otros utensilios a otras tres muchachas. Erzsébet aún estaba vestida con uno de sus más lujosos vestidos, dio más de cien azotes a Doricza, que estaba desnuda, como todas las jóvenes víctimas de la Condesa, cubierta de sangre. Pero aquella muchacha no quería morir, y había aguantado más de una centena de azotes, aunque no le sirvió de nada, le arrancaron las uñas también, le tocó ver como la Condesa torturó a sus otras compañeras, incluso arrancó el corazón de una de ellas y masticó varios trozos, luego lo tiró al fuego.
Pero para Doricza todo había terminado, llegó Dorkó con sus afiladas tijeras y como de costumbre, le cortó las venas del brazo, Doricza se desplomó, por fin descansaba. Aquel día todos estaban agotados y no limpiaron y arreglaron el sitio como solían hacer.
Otras pobres desdichadas esperaban tras la puerta, otras hijas de noches, Vistra Meyénthény, Amma Radamenkz y María Kipickis.
Las dos viejas ayudantes estaban muy atareadas torturando con atizadores, tenazas y otros utensilios a otras tres muchachas. Erzsébet aún estaba vestida con uno de sus más lujosos vestidos, dio más de cien azotes a Doricza, que estaba desnuda, como todas las jóvenes víctimas de la Condesa, cubierta de sangre. Pero aquella muchacha no quería morir, y había aguantado más de una centena de azotes, aunque no le sirvió de nada, le arrancaron las uñas también, le tocó ver como la Condesa torturó a sus otras compañeras, incluso arrancó el corazón de una de ellas y masticó varios trozos, luego lo tiró al fuego.
Pero para Doricza todo había terminado, llegó Dorkó con sus afiladas tijeras y como de costumbre, le cortó las venas del brazo, Doricza se desplomó, por fin descansaba. Aquel día todos estaban agotados y no limpiaron y arreglaron el sitio como solían hacer.
Al día siguiente, el 29 de diciembre, fue cuando llegaron por sorpresa a investigar a Erzsébet. Como Thurzó sabía cómo se las gastaba su prima, con el venían hombres armados y también Ponikenus. Fueron acompañados por hombres con antorchas que conocían el castillo, el primer sitio al que se dirigieron fueron los subterráneos, de donde subía un fuerte olor a cadáver.
La cámara de los horrores:
Llegaron a la sala de tortura, las paredes estaban salpicadas de sangre, también estaba allí la doncella de hierro, jaulas e instrumentos junto a fuegos apagados. Encontraron sangre seca en el fondo de grandes pucheros, vieron las celdas donde se encarcelaba a las chicas, unas habitaciones de piedra bajas y estrechas. Un profundo agujero por donde se hacía desaparecer a la gente, había dos bifurcaciones, una iba a parar a la aldea, a los sótanos del castillo pequeño, la otra llegaba a las colinas por la zona de Visnové, una escalera conducía a las salas superiores. Y por fin se encontraron a una muchacha, estaba muerta, llena de heridas, la carne destrozada, el pecho acuchillado, el cabello arrancado a puñados, en algunas zonas de los muslos y los brazos no quedaba carne y se veía el hueso. "Ni su propia madre la había reconocido" dijo un testigo, era Doricza.
Thurzó no podía creer todo aquello, siguió adelante y encontró otras dos muchachas, una agonizaba, la otra solo intentaba esconderse, aterrorizada. Estaban desnudas, pero cubiertas de sangre seca y coagulada hasta tal punto que estaban las dos completamente negras.
Al fondo de los sótanos, en una celda sin aire, descubrieron a un grupo de chicas, las que Erzsébet llamada "en conserva", asustadas, de las reservadas para la siguiente sesión. Le dijeron a Ponikenus que primero las habían dejado morirse de hambre y luego les habían hecho comer carne asada de sus propias compañeras muertas, también habían visto como cada vez que algunas chillaban demasiado, les cosían la boca, después arrancaban los hilos, y así repetían el proceso varias veces hasta desfigurarlas por completo.
Mencionaron además, una puerta secreta que subía a una pequeña habitación adonde las llamaban de dos en dos o de tres en tres. Dejando los guardias en los corredores, subieron el capellán y el palatino por la escalera, allí habían mordido los gatos en una pierna a Ponikenus. Pero Erzsébet no estaba en el castillo, cuando terminó de asesinar a aquella chica y despertó de su trance, mandó que la llevaran abajo, al castillo pequeño.
Allí la encontraron, orgullosa, sin negar nada, diciendo que todo aquello podía hacerlo una mujer de su rango.
“He aquí que ha llegado el momento, noble señora, de que os confiéis a la mayor brevedad a vuestro conjuro mágico, a esa oración en eslovaco que os enseño la lechera bruja y que hace acudir a los gatos."
Megyery el Rojo había rodeado a Erzsébet con sus redes, durante años trenzadas pacientemente, y la había cazado.
Detrás del castillo, esperaba a la Condesa una carroza bien repleta de sus pertenencias incluido su famoso maletín, el cual registraron y vieron el tipo de herramientas de tortura que allí llevaba, éstas se conservaron y pueden verse actualmente en un pequeño museo en Pistyán. Erzsébet estaba a punto de marcharse a Transilvania con su primo Gábor.
Entonces el palatino expresó su decisión:
"Erzsébet, eres como una alimaña. Estás viviendo tus últimos meses. No mereces respirar el aire de esta tierra, ni ver la luz de Dios; tampoco eres ya digna de pertenecer a la sociedad humana. Vas a desaparecer de este mundo y no volverás jamás a él. Las tinieblas te rodearán y podrás arrepentirte de tu vida bestial Que dios te perdone tus crímenes. Señora de Csejthe, te condeno a prisión perpetua en tu propio castillo."
"Erzsébet, eres como una alimaña. Estás viviendo tus últimos meses. No mereces respirar el aire de esta tierra, ni ver la luz de Dios; tampoco eres ya digna de pertenecer a la sociedad humana. Vas a desaparecer de este mundo y no volverás jamás a él. Las tinieblas te rodearán y podrás arrepentirte de tu vida bestial Que dios te perdone tus crímenes. Señora de Csejthe, te condeno a prisión perpetua en tu propio castillo."
Para Erzsébet esto fue terrible, temía a la oscuridad y a los espacios cerrados.
Thurzó añadió, refiriéndose a las dos criadas: "A vosotras os juzgará un tribunal". Ordenó que las encadenaran. También procuró que se diera el mejor trato posible a las muchachas que había sobrevivido.
Mandó llevar a Erzsébet a su habitación hasta que se cumpliera la sentencia, y apartó la vista de ella. Luego se marchó con su séquito, indignado. Explicó a los yernos de la Condesa que no había podido cumplir lo que le pidieron y que si por él hubiera sido, la habría matado allí mismo. Les dijo que no habría juicio para intentar que fuera el proceso lo más discreto posible, pero que era imposible que la encerraran simplemente en un monasterio como ellos habían pedido. Además Megyery y el consejero advirtieron que esa sentencia no daría por satisfecho al Rey.
Ni con la prueba del diario, en el que Erzsébet relató un total de 610 jóvenes que había asesinado con sus características, hizo faltar a Thurzó su caballeresca promesa de llevar la condena de Erzsébet en privado:
"Mientras yo sea palatino, no habrá tal. Familias que se han distinguido en combates no se verán deshonradas por la sombra de esta mujer bestial. Los nobles y el Rey me aprobarán también, estoy seguro."
"Mientras yo sea palatino, no habrá tal. Familias que se han distinguido en combates no se verán deshonradas por la sombra de esta mujer bestial. Los nobles y el Rey me aprobarán también, estoy seguro."
Continuará…
Valentine Penrose: La Condesa Sangrienta.
Ediciones Siruela, S.A. 1987, 1996, 2008.
Javier García Sánchez: Ella, Drácula.
Editorial Planeta, S.A., 2006.
Imágenes obtenidas de wikipedia.org